2. QUÉ PIENSA LA POBLACIÓN
EN GENERAL, SOBRE EL MEDIO RURAL.
Es verdad que en verano aumenta la población de los
pueblos. Vuelven sus hijos que durante el invierno residen en ciudades. Otros
veraneantes gustan de disfrutar sus vacaciones en ambiente rural. Les atrae la
montaña. Les incitan las aguas de los ríos o el frescor vespertino del
atardecer. Corren sus hijos en bicicleta sin miedo a los peligros de un tráfico
urbano. El juego de las cartas después de la siesta supone un relajo reconfortante.
El cante del mus regocija a los tertulianos de siempre. El choque de los bolos
o la suma de puntos que proporciona el juego de la “rana” distrae al corro de
amigos. Es verdad. Nuestros pueblos aumentan su población y su bullicio sano
durante el estío.
También lo es que va creciendo el número de personas que avisan
del peligro de la despoblación, aunque sólo sea con suspiros, con críticas
verbales y algunos creando experiencias dignas de tenerse en cuenta. Dignas de ser
agradecidas y de imitarlas. Esas personas ayudan algo para incrementar la
población rural.
Existe también un respetable tejido social que coloca en
sus gargantas el grito de “Volviendo al campo” y une sus esfuerzos para
analizar la situación del mundo rural, con la encomiable intención de construir
alguna estrategia que, amparada por una política estatal que de modo general no
acaba de aparecer en el horizonte, proporcione una salida al grave problema de
la situación rural. Todo eso es verdad. Hay gente que estima al mundo rural.
Se trata, sin embargo, de excepciones, de grupos
concienciados que surgen con estupenda voluntad, pero se encuentran desamparados
y sin recursos suficientes para dar el palmetazo urgente y necesario para
aumentar de modo significativo la población de los pequeños pueblos.
¿Qué piensa la generalidad de la sociedad española? He
aquí la pregunta de las presentes reflexiones de cara a entablar una
conversación con mis amigos del bloc Reinoso y con mis compañeros de la
Asociación “Amigos de Reinoso”. He aquí
el objetivo de este escrito.
1.
PALABRAS QUE MATAN.
Diré en primer lugar que esa sociedad general, abundante
y despreocupada suele repetir palabras que matan con el puñal del desprecio.
Somos para ellos, los que nacimos y vivimos cerca del nido de las cigüeñas,
población palurda, garrulos, isidros, pueblerinos, paletos, atrasados,
analfabetos, zafios. Incluso, alguno de esos listos que pronuncian esos
hermosos adjetivos puede que procedan del tabón y del arado. ¡Pobres! Hasta ahí
llegó su desclasamiento. Sus estulticias tal vez provengan de una mentalidad
urbanita que se considera superior. Creen que ser de ciudad mola más, que vivir
en la urbe manifiesta un triunfo personal, que quien se aleja del polvo de los
rastrojos ha ascendido un grado en la consideración social. Es la loa a la
civilización pseudo-ilustrada que, contenta de su injusta vacuidad, ha sido
incapaz de mantener el grito que justificó su aparición después de la
revolución francesa. El grito de “Justicia, igualdad y fraternidad” de 1789.
Asesinado este deseo programático, esos acomodados ciudadanos de hoy justifican
sus atropellos a los más vulnerables y cantan un pasado, ignorando que el
futuro no les pertenece por estar, éste, más cerca de la pureza atmosférica que
del ruido de las ciudades.
De esta manera tan superficial, se han ido forjando
olvidos que quiero resumir en uno.
2.
EL OLVIDO DE FR.
LUIS.
Sí. Ya no resuena aquel discurso del “desprecio de la
Corte y alabanza de la aldea”. Tampoco se recitan con entusiasmo por esta mayoría
social aquellos versos del agustino Fr. Luis de León en su granja de “La
Flecha”, en el salmantino Villamayor: “Qué descansada vida / la del que huye
del mundanal ruido”.
Ahora suenan las bocinas, se respira un aire urbano que
corroe los pulmones y acarrea distintos coronavirus. Ahora se consume gasoil a
toneladas, a pesar de que la OMS advierta de que el gasoil es una de las causas
del cáncer. No importa. La cultura de la “civis” se impone al envolvente aleteo
de las golondrinas en torno a la espadaña de la histórica iglesia. Ya lo
reseñaba Delibes en su libro LAS RATAS cuando Columba contestaba a Justito, el
Alcalde, su marido: “Mejor muerta de hambre en Bilbao que de hartura en este
desierto, ya ves”. Todo este olvido de la naturaleza, del campesinado y del
medioambiente rezuma un desprecio a la aldea que contribuye al
3.
ÉXODO RURAL.
Comenzó, ya lo sabemos, en los años 60 del pasado y cercano
siglo XX. El agro se mecanizó. Sobraban brazos para la hoz y faltaban para
empuñar el martillo. Había que fabricar
coches en Vigo, lavadoras en Madrid o cosechadoras en Álava. Y se fueron los
jóvenes, dejando las tierras a la bendición de Dios y los niños al cuidado de
sus madres. Ellos serían mano barata para la industria, pero arrimando lo uno
con lo otro, la familia podría subsistir en tiempos de cambio.
Ya habían precedido otras oleadas mucho antes. Entonces
estaba más lejos el porvenir. Allá por las Américas, de donde ahora nos llegan
aquellos nietos de quienes nos recibieron y que nosotros rechazamos hoy porque
“nos quitan el trabajo”. Pero los que durante esta temporada se marchan tienen
características propias. Se van los pequeños negocios como panaderías, tiendas
y bares porque ya no quedan bocas para beber cerveza. Se van pequeñas
industrias como queserías, bodegas y carpinterías porque no encuentran relevo
para seguir sus tareas. Se van incluso los propios agricultores jóvenes que
alquilarán un piso en la ciudad cercana y volverán al pueblo para arar sus
tierras, abandonando su casa que se cerrará herméticamente semana tras semana. Con
ellos se han ido sus hijos pequeños que encontrarán un colegio más cercano a su
domicilio. Se van los jubilados en busca de un médico más a mano. Se van los
que emigraron al extranjero que en vez de construir su casa “indiana” en el
pueblo de donde salieron, echan la cerradura a la que tenían en su lugar de
nacimiento y se refugian en la ciudad. Eso, si no se han muerto ya.
Se van, se van. Se han ido. Nos hemos quedado entre
adobes derrumbados. Eso sí, siguen cantando los pájaros; pero apenas se escucha
su angustioso piar.
4.
REINÓ LA SOLEDAD Y
SE AHOGARON LAS PROTESTAS.
Tanto fue así que nadie protestó. Ni los del propio
pueblo, ni las instituciones ni los Medios de Comunicación. Venía la industria,
los planes de desarrollo impulsados por ministros del OPUS DEI. Imperaba una
sola voz para hacer política. La voz del Dictador. Y los ciudadanos estaban
faltos de virtudes cívicas, aplanados por el miedo, desacostumbrados a
protestar. Castigados por la fuerza del poder. Había silencio. Tal vez tendrá
que ser así, decían los que estaban cerca de la muerte. En un taller se gana más
y no hay que madrugar, contestaban los jovenzuelos, recién salidos de la
escuela. En cualquier sitio distinto a éste hay más diversión y se ven más mozas,
vociferaban aquellos jóvenes huidos.
Las instituciones se encontraron sin imaginación.
Acompañaban al silencio popular que nada exigía a sus representantes. Los
periódicos tenían suficiente con obedecer o con defenderse de la amenaza de la
censura. Ahí tenemos el caso del gran narrador Miguel Delibes, vallisoletano y
usuario de la bici. Dirigía la sección “Ancha es Castilla” en el Norte de
Castilla, desde donde intentaba dar cuenta del calamitoso estado del mundo
rural y el Sr. Fraga azuzó el látigo para forzar su salida del periódico.
5.
QUÉ HACER HOY.
Iremos desgranando el racimo de la respuesta en esta
serie de artículos dirigidos a los lectores del bloc Reinoso. Ahora sólo decir
que hay que poner la radio. En contra del silencio sin música habrá que cantar
fuerte melodías campesinas. Habrá de hablar, informar sobre la riqueza de los
astros brillando a pleno campo. Habrá que denunciar errores, dejadeces,
desidias, desinterés de propios y ajenos. Habrá que pensar con seriedad el
papel de las diputaciones. Habrá que decir a éstas que ya vale de paternalismo
y de olvidarse de emplear los fondos europeos para ñoñeces y contentadizos, sin
ahondar en estrategias de calado, de verdadera política a corto, medio y largo
plazo. Habrá que decir que los problemas complejos exigen soluciones complejas
y no respuestas de caramelo endulzado con sonrisas. Habrá que saber a qué
alcaldes hay que promocionar, con qué secretarios hay que contar. Cuál es el
papel de éstos y cuántas horas deben dedicar a los ayuntamientos.
Pero no digamos todo hoy. Hay que rumiar lo dicho. Habrá
que apretar los dientes y mirar al horizonte. Habrá que soñar para ser
realistas. Habrá que decir sí de una puñetera vez.
MRR.
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