martes, 26 de mayo de 2020

Capítulo 2. QUÉ PIENSA LA POBLACIÓN EN GENERAL, SOBRE EL MEDIO RURAL. autor: Martín Rodríguez.


2. QUÉ PIENSA LA POBLACIÓN EN GENERAL, SOBRE EL MEDIO RURAL.

Es verdad que en verano aumenta la población de los pueblos. Vuelven sus hijos que durante el invierno residen en ciudades. Otros veraneantes gustan de disfrutar sus vacaciones en ambiente rural. Les atrae la montaña. Les incitan las aguas de los ríos o el frescor vespertino del atardecer. Corren sus hijos en bicicleta sin miedo a los peligros de un tráfico urbano. El juego de las cartas después de la siesta supone un relajo reconfortante. El cante del mus regocija a los tertulianos de siempre. El choque de los bolos o la suma de puntos que proporciona el juego de la “rana” distrae al corro de amigos. Es verdad. Nuestros pueblos aumentan su población y su bullicio sano durante el estío.

También lo es que va creciendo el número de personas que avisan del peligro de la despoblación, aunque sólo sea con suspiros, con críticas verbales y algunos creando experiencias dignas de tenerse en cuenta. Dignas de ser agradecidas y de imitarlas. Esas personas ayudan algo para incrementar la población rural.

Existe también un respetable tejido social que coloca en sus gargantas el grito de “Volviendo al campo” y une sus esfuerzos para analizar la situación del mundo rural, con la encomiable intención de construir alguna estrategia que, amparada por una política estatal que de modo general no acaba de aparecer en el horizonte, proporcione una salida al grave problema de la situación rural. Todo eso es verdad. Hay gente que estima al mundo rural.

Se trata, sin embargo, de excepciones, de grupos concienciados que surgen con estupenda voluntad, pero se encuentran desamparados y sin recursos suficientes para dar el palmetazo urgente y necesario para aumentar de modo significativo la población de los pequeños pueblos. 

¿Qué piensa la generalidad de la sociedad española? He aquí la pregunta de las presentes reflexiones de cara a entablar una conversación con mis amigos del bloc Reinoso y con mis compañeros de la Asociación “Amigos de Reinoso”.  He aquí el objetivo de este escrito.

1.      PALABRAS QUE MATAN.

Diré en primer lugar que esa sociedad general, abundante y despreocupada suele repetir palabras que matan con el puñal del desprecio. Somos para ellos, los que nacimos y vivimos cerca del nido de las cigüeñas, población palurda, garrulos, isidros, pueblerinos, paletos, atrasados, analfabetos, zafios. Incluso, alguno de esos listos que pronuncian esos hermosos adjetivos puede que procedan del tabón y del arado. ¡Pobres! Hasta ahí llegó su desclasamiento. Sus estulticias tal vez provengan de una mentalidad urbanita que se considera superior. Creen que ser de ciudad mola más, que vivir en la urbe manifiesta un triunfo personal, que quien se aleja del polvo de los rastrojos ha ascendido un grado en la consideración social. Es la loa a la civilización pseudo-ilustrada que, contenta de su injusta vacuidad, ha sido incapaz de mantener el grito que justificó su aparición después de la revolución francesa. El grito de “Justicia, igualdad y fraternidad” de 1789. Asesinado este deseo programático, esos acomodados ciudadanos de hoy justifican sus atropellos a los más vulnerables y cantan un pasado, ignorando que el futuro no les pertenece por estar, éste, más cerca de la pureza atmosférica que del ruido de las ciudades. 
De esta manera tan superficial, se han ido forjando olvidos que quiero resumir en uno.


2.      EL OLVIDO DE FR. LUIS.

Sí. Ya no resuena aquel discurso del “desprecio de la Corte y alabanza de la aldea”. Tampoco se recitan con entusiasmo por esta mayoría social aquellos versos del agustino Fr. Luis de León en su granja de “La Flecha”, en el salmantino Villamayor: “Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruido”.
Ahora suenan las bocinas, se respira un aire urbano que corroe los pulmones y acarrea distintos coronavirus. Ahora se consume gasoil a toneladas, a pesar de que la OMS advierta de que el gasoil es una de las causas del cáncer. No importa. La cultura de la “civis” se impone al envolvente aleteo de las golondrinas en torno a la espadaña de la histórica iglesia. Ya lo reseñaba Delibes en su libro LAS RATAS cuando Columba contestaba a Justito, el Alcalde, su marido: “Mejor muerta de hambre en Bilbao que de hartura en este desierto, ya ves”. Todo este olvido de la naturaleza, del campesinado y del medioambiente rezuma un desprecio a la aldea que contribuye al

3.      ÉXODO RURAL.

Comenzó, ya lo sabemos, en los años 60 del pasado y cercano siglo XX. El agro se mecanizó. Sobraban brazos para la hoz y faltaban para empuñar el martillo.  Había que fabricar coches en Vigo, lavadoras en Madrid o cosechadoras en Álava. Y se fueron los jóvenes, dejando las tierras a la bendición de Dios y los niños al cuidado de sus madres. Ellos serían mano barata para la industria, pero arrimando lo uno con lo otro, la familia podría subsistir en tiempos de cambio.
Ya habían precedido otras oleadas mucho antes. Entonces estaba más lejos el porvenir. Allá por las Américas, de donde ahora nos llegan aquellos nietos de quienes nos recibieron y que nosotros rechazamos hoy porque “nos quitan el trabajo”. Pero los que durante esta temporada se marchan tienen características propias. Se van los pequeños negocios como panaderías, tiendas y bares porque ya no quedan bocas para beber cerveza. Se van pequeñas industrias como queserías, bodegas y carpinterías porque no encuentran relevo para seguir sus tareas. Se van incluso los propios agricultores jóvenes que alquilarán un piso en la ciudad cercana y volverán al pueblo para arar sus tierras, abandonando su casa que se cerrará herméticamente semana tras semana. Con ellos se han ido sus hijos pequeños que encontrarán un colegio más cercano a su domicilio. Se van los jubilados en busca de un médico más a mano. Se van los que emigraron al extranjero que en vez de construir su casa “indiana” en el pueblo de donde salieron, echan la cerradura a la que tenían en su lugar de nacimiento y se refugian en la ciudad. Eso, si no se han muerto ya.
Se van, se van. Se han ido. Nos hemos quedado entre adobes derrumbados. Eso sí, siguen cantando los pájaros; pero apenas se escucha su angustioso piar.




4.      REINÓ LA SOLEDAD Y SE AHOGARON LAS PROTESTAS.

Tanto fue así que nadie protestó. Ni los del propio pueblo, ni las instituciones ni los Medios de Comunicación. Venía la industria, los planes de desarrollo impulsados por ministros del OPUS DEI. Imperaba una sola voz para hacer política. La voz del Dictador. Y los ciudadanos estaban faltos de virtudes cívicas, aplanados por el miedo, desacostumbrados a protestar. Castigados por la fuerza del poder. Había silencio. Tal vez tendrá que ser así, decían los que estaban cerca de la muerte. En un taller se gana más y no hay que madrugar, contestaban los jovenzuelos, recién salidos de la escuela. En cualquier sitio distinto a éste hay más diversión y se ven más mozas, vociferaban aquellos jóvenes huidos.
Las instituciones se encontraron sin imaginación. Acompañaban al silencio popular que nada exigía a sus representantes. Los periódicos tenían suficiente con obedecer o con defenderse de la amenaza de la censura. Ahí tenemos el caso del gran narrador Miguel Delibes, vallisoletano y usuario de la bici. Dirigía la sección “Ancha es Castilla” en el Norte de Castilla, desde donde intentaba dar cuenta del calamitoso estado del mundo rural y el Sr. Fraga azuzó el látigo para forzar su salida del periódico.

5.      QUÉ HACER HOY.

Iremos desgranando el racimo de la respuesta en esta serie de artículos dirigidos a los lectores del bloc Reinoso. Ahora sólo decir que hay que poner la radio. En contra del silencio sin música habrá que cantar fuerte melodías campesinas. Habrá de hablar, informar sobre la riqueza de los astros brillando a pleno campo. Habrá que denunciar errores, dejadeces, desidias, desinterés de propios y ajenos. Habrá que pensar con seriedad el papel de las diputaciones. Habrá que decir a éstas que ya vale de paternalismo y de olvidarse de emplear los fondos europeos para ñoñeces y contentadizos, sin ahondar en estrategias de calado, de verdadera política a corto, medio y largo plazo. Habrá que decir que los problemas complejos exigen soluciones complejas y no respuestas de caramelo endulzado con sonrisas. Habrá que saber a qué alcaldes hay que promocionar, con qué secretarios hay que contar. Cuál es el papel de éstos y cuántas horas deben dedicar a los ayuntamientos.

Pero no digamos todo hoy. Hay que rumiar lo dicho. Habrá que apretar los dientes y mirar al horizonte. Habrá que soñar para ser realistas. Habrá que decir sí de una puñetera vez.



MRR.  

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