Dentro de unos días nos enviará la 2ª parte.
Espero que os guste, feliz día de Ramos.
Saludos y cuidaros.
charly
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SEMANA SANTA EN
REINOSO
César Augusto Ayuso
Dado que este
año estamos obligados a no tener Semana Santa como Dios (o la Iglesia) manda y
las horas recluidos en casa se hacen cada vez más largas, quiero pasar al papel
en limpio, para compartir con vosotros, algunas noticias de lo que fue la
Semana Santa en Reinoso. Primero haré una incursión en la historia a través de
lo que fue la Cofradía de la Cruz, según los datos espigados en la parca, por
incompleta, documentación que de ella existe en el Archivo Diocesano Provincial.
Y, en una segunda parte, añadiré algunas breves referencias al siglo XX, tal
como me las contaron o yo las recuerdo.
I. La
cofradía de la Vera Cruz
Si en los
carnavales en el Cerrato eran las cofradías de Ánimas las que esos días tenían
un protagonismo especial (ya hicimos en este blog la pequeña historia de la de
Reinoso), en toda España eran las cofradías de la Vera Cruz, principalmente,
las que protagonizaban la Semana Santa. Fueron las primeras dedicadas a
conmemorar la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Primero aparecieron en los
pueblos grandes y ciudades, en los que luego nacerían otras bajo distintas
advocaciones –del Nazareno, del Santo Sepulcro, de la Dolorosa, etc-, pero en
las pequeñas localidades fueron estas de la Cruz las que se extendieron en gran
número.
En Reinoso
también existió una cofradía de la Vera Cruz (o, abreviadamente, de la Cruz),
de la cual tenemos solo noticias parciales debido a la escasa documentación que
de ella se conserva: tan solo un libro de cuentas que se abre en 1813 y que
poco a poco va dilatando sus apuntes hasta dejar de darlos. Sin duda, ese siglo
dejó de existir, pero sus comienzos serían de mucho antes. Puede que naciese en
el siglo XVII, e incluso puede que en el XVI, aunque debido a que Reinoso era
un pueblo pequeño, no sería de los más tempranos (sí que sabemos que las Reglas
del vecino pueblo de Valle tienen fecha de 1566), y estas cofradías en la
diócesis de Palencia en las pequeñas poblaciones se propagaron principalmente
en el XVII.
Aunque no
tengo datos para confirmarlo, sí que creo que la ermita les perteneció a ellos,
que ellos la levantaron. Gonzalo Alcalde, en su inventario de ermitas
palentinas, dice que las trazas constructivas de nuestra ermita son del siglo
XIX. Así será, pero lo más seguro es que se levantase sobre otra anterior, la
de la cofradía. Estas ermitas de la Vera Cruz solían erigirse a la orilla del
camino principal a la salida o entrada de las poblaciones, como así es en
nuestro caso: el camino –no se hablaba de carreteras entonces– de salida a
Palencia. Además, su principal imagen era un Cristo crucificado. Y este Cristo
que preside el retablo de la ermita se acompañaba de tablas que narraban
episodios de la vida de Santa Catalina de Alejandría, santa esta que estaba
ligada al acompañamiento de la Pasión, pues San Vicente Ferrer fue quien
propagó ambos cultos a principios del siglo XV. (Otras cofradías cerrateñas de
esta titularidad de la Cruz tenían a esta santa como copatrona, casos de
Villamediana, Antigüedad, Villahán o Villajimena, y la de Villaviudas fue la
que encargó el retablo de esta santa en su iglesia parroquial). Estos tres
hechos avalan el que la ermita fuera una construcción de la cofradía de la Vera
Cruz, como nos atrevemos a pensar.
(Las tablas
desaparecidas de Santa Catalina no serían encargadas por la cofradía, y es un
enigma cómo llegaron a la ermita, pues si es verdad que pertenecen al pincel
del llamado Maestro de Paredes, como dicen los entendidos en arte, era este un
pintor activo en la primera mitad del siglo XVI, fecha demasiado temprana para
relacionarla con la existencia de la cofradía).
Estas cofradías
tenían entre sus reglas la obligación de salir en penitencia la noche del
Jueves Santo. Ello consistía en una procesión en que los hermanos llamados “de
sangre”, vestidos de bastas túnicas y con el rostro tapado, se flagelaban la
espalda con unas correas en señal de penitencia, mientras los hermanos llamados
“de luz” les iluminaban en el recorrido portando faroles. Pertenecer a una u
otra condición quedaba a voluntad de los cofrades, que tenían que pagar cuotas
distintas (menor los de sangre y mayor los de luz), pero al llegar a los 50
años todo cofrade pasaba a ser de luz, pues se consideraba que su constitución
física ya no le permitía sufrir la dura disciplina.
La procesión
se haría desde la ermita a la iglesia, con entrada en esta para hacer una oración,
y vuelta a la ermita. La procesión la iniciaban las insignias, llevadas por
hermanos: el estandarte, la cruz, el paso del crucificado, flanqueados por dos
antorchas. A continuación el cura o los clérigos, y detrás, en dos filas, los
disciplinantes flagelándose, y, distribuidos entre ellos, los hermanos de luz,
que solían ser menos. El alcalde velaba porque ningún hermano llevase su
disciplina hasta el extremo de temer por su salud. Una vez de vuelta a la
ermita, acabada la procesión, a los disciplinantes se les lavaba las heridas de
la espalda con vino blanco y alguna otra sustancia cicatrizante, y, a
continuación, pasaban a tener todos los cofrades la colación. Esta solía
hacerse en la misma ermita o local que tuviera la cofradía. Todo esto era así,
con ligeras variantes, en todos los pueblos del contorno y aun de Castilla y
otras regiones, hasta que el rey Carlos III prohibió por Real Cédula estas
procesiones de disciplina en febrero de 1777.
Esta
cofradía, además de la referida procesión nocturna y sobrecogedora, celebraba
otras festividades. Por el libro de cuentas conservado sabemos que pagaban 12
misas cantadas con procesión dentro de la iglesia el segundo domingo de cada
mes y que celebraban otras cuatro solemnidades en los días de la Invención de
la Cruz (3 de mayo), la Exaltación de la Cruz (14 de setiembre) y los días
dedicados por el santoral a San Fabián y San Sebastián (20 de enero) y San
Roque (16 de agosto). Esos días celebraban las vísperas con responso y la misa
cantada con procesión fuera de la iglesia.
Este libro de
cuentas iniciaría en 1813 una especie de reanudación o recomposición de la
cofradía tras el paréntesis de la guerra de los franceses, que paralizó la vida
en los pueblos y les llenó con sus asaltos y requisas (animales de todo tipo,
cereales, panes, vino, legumbres…) de miseria e incertidumbre. De hecho, muchas
cofradías de los pueblos desaparecieron a consecuencia de dicha guerra y las
que continuaron hubieron de ser rehechas en su economía, estatutos y reunificación
de cofrades. (La diócesis de Palencia había estado sin obispo en esos años).
Al reanudarse
en este año 1813, entraron nuevos 8 hombres y 4 mujeres, pagando como entrada
un celemín de trigo, el equivalente a 16 reales. Además de estas cuotas, tenían
otras fuentes de ingresos para abonar las misas encargadas durante el año en
las festividades obligadas y por las memorias de los hermanos fallecidos, así
como al orador que traían en Semana Santa (40 reales le dieron en 1814). Los
mismos hermanos labraban y vendimiaban un majuelo propiedad de la cofradía –seguramente
donado en herencia por algún antiguo cofrade o devoto encomendado a sus
oraciones– y luego vendían el vino sacado de la cosecha, que en 1813 fueron 16
cántaras, a 12 reales la cántara. También tenían algunas ovejas. Si en ese año
en que la cofradía reanudó su actividad solo era una cabeza, en 1825 ascendían
a 26. De ellas vendían el queso, la lana y algún cordero para engrosar el
peculio que luego emplearían en el culto. Si les sobraba dinero, se regalaban
con un refresco en las vísperas de las festividades o “sejos”, como ellos
decían.
Todos los
años elegían cargos nuevos y tomaban las cuentas a los antiguos. Estas
jerarquías eran el abad, que le correspondía al sacerdote de la parroquia,
alcalde, mayordomo, llamador (este, con la esquila, avisaba de la muerte y
entierro de los cofrades, así como los días de sejo o festividad, en que la
asistencia de los cofrades era de obligado cumplimiento), y dos contadores.
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