domingo, 5 de abril de 2020

1ª Parte Artículo sobre la Semana Santa en Reinoso de Cerrato

Hola amigos: Nuestro reinosero César Augusto, no envía este trabajo referente a la Semana Santa en Reinoso a lo largo del tiempo.
Dentro de unos días nos enviará la 2ª parte.
Espero que os guste, feliz día de Ramos.

Saludos y cuidaros.
charly

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SEMANA SANTA EN REINOSO


César Augusto Ayuso



Dado que este año estamos obligados a no tener Semana Santa como Dios (o la Iglesia) manda y las horas recluidos en casa se hacen cada vez más largas, quiero pasar al papel en limpio, para compartir con vosotros, algunas noticias de lo que fue la Semana Santa en Reinoso. Primero haré una incursión en la historia a través de lo que fue la Cofradía de la Cruz, según los datos espigados en la parca, por incompleta, documentación que de ella existe en el Archivo Diocesano Provincial. Y, en una segunda parte, añadiré algunas breves referencias al siglo XX, tal como me las contaron o yo las recuerdo.


I. La cofradía de la Vera Cruz

Si en los carnavales en el Cerrato eran las cofradías de Ánimas las que esos días tenían un protagonismo especial (ya hicimos en este blog la pequeña historia de la de Reinoso), en toda España eran las cofradías de la Vera Cruz, principalmente, las que protagonizaban la Semana Santa. Fueron las primeras dedicadas a conmemorar la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Primero aparecieron en los pueblos grandes y ciudades, en los que luego nacerían otras bajo distintas advocaciones –del Nazareno, del Santo Sepulcro, de la Dolorosa, etc-, pero en las pequeñas localidades fueron estas de la Cruz las que se extendieron en gran número.
En Reinoso también existió una cofradía de la Vera Cruz (o, abreviadamente, de la Cruz), de la cual tenemos solo noticias parciales debido a la escasa documentación que de ella se conserva: tan solo un libro de cuentas que se abre en 1813 y que poco a poco va dilatando sus apuntes hasta dejar de darlos. Sin duda, ese siglo dejó de existir, pero sus comienzos serían de mucho antes. Puede que naciese en el siglo XVII, e incluso puede que en el XVI, aunque debido a que Reinoso era un pueblo pequeño, no sería de los más tempranos (sí que sabemos que las Reglas del vecino pueblo de Valle tienen fecha de 1566), y estas cofradías en la diócesis de Palencia en las pequeñas poblaciones se propagaron principalmente en el XVII.
Aunque no tengo datos para confirmarlo, sí que creo que la ermita les perteneció a ellos, que ellos la levantaron. Gonzalo Alcalde, en su inventario de ermitas palentinas, dice que las trazas constructivas de nuestra ermita son del siglo XIX. Así será, pero lo más seguro es que se levantase sobre otra anterior, la de la cofradía. Estas ermitas de la Vera Cruz solían erigirse a la orilla del camino principal a la salida o entrada de las poblaciones, como así es en nuestro caso: el camino –no se hablaba de carreteras entonces– de salida a Palencia. Además, su principal imagen era un Cristo crucificado. Y este Cristo que preside el retablo de la ermita se acompañaba de tablas que narraban episodios de la vida de Santa Catalina de Alejandría, santa esta que estaba ligada al acompañamiento de la Pasión, pues San Vicente Ferrer fue quien propagó ambos cultos a principios del siglo XV. (Otras cofradías cerrateñas de esta titularidad de la Cruz tenían a esta santa como copatrona, casos de Villamediana, Antigüedad, Villahán o Villajimena, y la de Villaviudas fue la que encargó el retablo de esta santa en su iglesia parroquial). Estos tres hechos avalan el que la ermita fuera una construcción de la cofradía de la Vera Cruz, como nos atrevemos a pensar.
(Las tablas desaparecidas de Santa Catalina no serían encargadas por la cofradía, y es un enigma cómo llegaron a la ermita, pues si es verdad que pertenecen al pincel del llamado Maestro de Paredes, como dicen los entendidos en arte, era este un pintor activo en la primera mitad del siglo XVI, fecha demasiado temprana para relacionarla con la existencia de la cofradía).
Estas cofradías tenían entre sus reglas la obligación de salir en penitencia la noche del Jueves Santo. Ello consistía en una procesión en que los hermanos llamados “de sangre”, vestidos de bastas túnicas y con el rostro tapado, se flagelaban la espalda con unas correas en señal de penitencia, mientras los hermanos llamados “de luz” les iluminaban en el recorrido portando faroles. Pertenecer a una u otra condición quedaba a voluntad de los cofrades, que tenían que pagar cuotas distintas (menor los de sangre y mayor los de luz), pero al llegar a los 50 años todo cofrade pasaba a ser de luz, pues se consideraba que su constitución física ya no le permitía sufrir la dura disciplina.
La procesión se haría desde la ermita a la iglesia, con entrada en esta para hacer una oración, y vuelta a la ermita. La procesión la iniciaban las insignias, llevadas por hermanos: el estandarte, la cruz, el paso del crucificado, flanqueados por dos antorchas. A continuación el cura o los clérigos, y detrás, en dos filas, los disciplinantes flagelándose, y, distribuidos entre ellos, los hermanos de luz, que solían ser menos. El alcalde velaba porque ningún hermano llevase su disciplina hasta el extremo de temer por su salud. Una vez de vuelta a la ermita, acabada la procesión, a los disciplinantes se les lavaba las heridas de la espalda con vino blanco y alguna otra sustancia cicatrizante, y, a continuación, pasaban a tener todos los cofrades la colación. Esta solía hacerse en la misma ermita o local que tuviera la cofradía. Todo esto era así, con ligeras variantes, en todos los pueblos del contorno y aun de Castilla y otras regiones, hasta que el rey Carlos III prohibió por Real Cédula estas procesiones de disciplina en febrero de 1777.
Esta cofradía, además de la referida procesión nocturna y sobrecogedora, celebraba otras festividades. Por el libro de cuentas conservado sabemos que pagaban 12 misas cantadas con procesión dentro de la iglesia el segundo domingo de cada mes y que celebraban otras cuatro solemnidades en los días de la Invención de la Cruz (3 de mayo), la Exaltación de la Cruz (14 de setiembre) y los días dedicados por el santoral a San Fabián y San Sebastián (20 de enero) y San Roque (16 de agosto). Esos días celebraban las vísperas con responso y la misa cantada con procesión fuera de la iglesia.
Este libro de cuentas iniciaría en 1813 una especie de reanudación o recomposición de la cofradía tras el paréntesis de la guerra de los franceses, que paralizó la vida en los pueblos y les llenó con sus asaltos y requisas (animales de todo tipo, cereales, panes, vino, legumbres…) de miseria e incertidumbre. De hecho, muchas cofradías de los pueblos desaparecieron a consecuencia de dicha guerra y las que continuaron hubieron de ser rehechas en su economía, estatutos y reunificación de cofrades. (La diócesis de Palencia había estado sin obispo en esos años).
Al reanudarse en este año 1813, entraron nuevos 8 hombres y 4 mujeres, pagando como entrada un celemín de trigo, el equivalente a 16 reales. Además de estas cuotas, tenían otras fuentes de ingresos para abonar las misas encargadas durante el año en las festividades obligadas y por las memorias de los hermanos fallecidos, así como al orador que traían en Semana Santa (40 reales le dieron en 1814). Los mismos hermanos labraban y vendimiaban un majuelo propiedad de la cofradía –seguramente donado en herencia por algún antiguo cofrade o devoto encomendado a sus oraciones– y luego vendían el vino sacado de la cosecha, que en 1813 fueron 16 cántaras, a 12 reales la cántara. También tenían algunas ovejas. Si en ese año en que la cofradía reanudó su actividad solo era una cabeza, en 1825 ascendían a 26. De ellas vendían el queso, la lana y algún cordero para engrosar el peculio que luego emplearían en el culto. Si les sobraba dinero, se regalaban con un refresco en las vísperas de las festividades o “sejos”, como ellos decían.

Todos los años elegían cargos nuevos y tomaban las cuentas a los antiguos. Estas jerarquías eran el abad, que le correspondía al sacerdote de la parroquia, alcalde, mayordomo, llamador (este, con la esquila, avisaba de la muerte y entierro de los cofrades, así como los días de sejo o festividad, en que la asistencia de los cofrades era de obligado cumplimiento), y dos contadores.






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