ENTREGA SÉPTIMA.
INDEPENDENCIA.
Carlos IV había abdicado a favor de su hijo Fernando. Este, a favor de su padre y el padre a favor de Napoleón. Estas noticias llegaron a Guadalajara en julio de 1808.
Reacciones en América: se consideró a José I Bonaparte, rey ilegítimo.
Así pues, correspondía a los componentes de los ayuntamientos decidir qué se haría.
En abril de 1809, las autoridades de la Intendencia juraron obedecer a la Suprema Junta Central Gubernativa de España e Indias, tal y como se había hecho en la Ciudad de México. Por otro lado, del sur de América empezaron a llegar noticias revolucionarias: ciudades como Caracas, Buenos Aires y Bogotá habían decidido prescindir del gobierno español y aspiraban a tomar la dirección de sus respectivas provincias.
Guadalajara tuvo noticia de la insurrección encabezada por Miguel Hidalgo en Dolores, el 25 de septiembre de 1810. Para fines de septiembre, el grito de Dolores resonaba en la Nueva Galicia; dos grupos sublevados hacían acto de presencia: uno, acaudillado por Navarro, Portugal y Toribio Huidrobo. Otro, guiado por José Antonio "El Amo" Torres. Este se apoderó de Guadalajara y de inmediato informó a Hidalgo y a Allende de sus logros y los invitó a tomar posesión de la recién sometida ciudad. Hidalgo recibió encantado la oferta en Valladolid (hoy Morelia) y, sin tardanza, se trasladó a Guadalajara al frente de casi siete mil jinetes. El 25 de noviembre acudieron a Tlaquepaque las diversas corporaciones civiles y eclesiásticas de la ciudad para recibirlo y escoltarlo durante su entrada. El 29 de noviembre expidió un primer decreto de abolición de la esclavitud dirigido a toda la Nación.
A fin de sofocar la rebelión, avanzaron rumbo a Guadalajara los brigadieres Félix María Calleja y José de la Cruz. Hidalgo salió al encuentro con ochenta mil hombres. Aun cuando la superioridad numérica insurgente logró poner en graves aprietos a su contrario, la mejor disciplina y técnica de Calleja le hizo ganar la batalla. Acto seguido, los principales caudillos rebeldes escaparon hacia el norte. Calleja, por su parte, entró en Guadalajara el 21 de enero. Esa misma tarde José de la Cruz apareció también en la ciudad. Ambos se propusieron borrar cualquier vestigio de Hidalgo y acabar con los insurgentes que subsistieran en la Intendencia.
Pero la semilla independentista estaba ya sembrada y permaneció en el ánimo popular. Por si esto fuera poco, el gobierno del virreinato continuó mostrándose incapaz de solucionar el problema social existente entre la ciudadanía indígena. Se echará mano, ahora, entre 1811 y 1817, de la táctica ya en sus días conocida y practicada en la metrópoli: la "guerra de guerrillas". Surgen tres principales y distintos focos de rebelión: el sur de la Intendencia, el lago de Chapala y la zona alteña vecina al Bajío. ¿La ocasión? - La persecución emprendida contra Encarnación Rosas, un excombatiente aborigen, quien para evitar ser aprehendido, armó a un grupo con hondas y piedras y “recibieron a los gachupines con tanta furia”, que estos tuvieron que recular.
En 1814, dos años más tarde de la proclamación de la liberal Constitución de Cádiz en la Península, la economía criolla experimentó un notable desarrollo. El comercio, por ejemplo, recibió un gran impulso al abrirse el puerto de San Blas al comercio extranjero. Coincide, por otro lado, que un número elevado de familias habían emigrado del resto de la Intendencia a la capital jalisciense en busca del refugio y amparo que no encontraban en sus lugares de origen. De esa suerte, Guadalajara alcanzó en 1814 los 60 mil moradores, 30 mil más de los que tenía a principios del propio siglo XIX.
A los grupos más privilegiados de todo el Virreinato se les coló el miedo en el cuerpo. De ahí que pensaran que su mayor defensa la alcanzarían introduciendo su propia oposición dentro de las mismas Cortes Españolas. Cuando Iturbide el 27 de septiembre de 1821 hizo su triunfal entrada a la Ciudad de México, al frente del Ejército Trigarante, la provincia de Guadalajara colaboró con él. Era una manera de unirse a la victoria de la independencia de México. El Ejército era llamado Trigarante, debido a las tres garantías que defendía: Religión Católica como única tolerada en la nueva nación, Independencia de México hacia España, y Unión entre los bandos de la guerra.
(https://es.wikipedia.org/wiki/Ejército_Trigarante).
El 27 de septiembre de 1821, el Ejército Trigarante entró a la Ciudad de México, formando una columna al frente de la cual iba su líder, Agustín de Iturbide, ataviado de civil. La entrada del Ejército Trigarante fue motivo de una gran celebración en la capital, con la gente luciendo el verde, blanco y rojo que Iturbide designó como los colores nacionales, y que incluyó desfile, Te Deum en la Catedral, diversos discursos, banquetes y la entrega de la llave de la ciudad a Agustín de Iturbide. El 27 de septiembre de 1821 fue descrito como el día más feliz en la historia nacional por Lucas Alamán. (https://es.wikipedia.org/wiki/Ejército_Trigarante).
Las tropas del ejército que desfilaron, estuvieron conformadas por 16,000 hombres, de los cuales, 7,282 eran de infantería, 7,955 eran de caballería y 763 de artillería con 70 cañones de diferentes calibres. Entre los oficiales se encontraban Domingo Estanislao de Luaces, Pedro Celestino Negrete, Epitacio Sánchez, José Morán, Vicente Guerrero, Nicolás Bravo, Anastasio Bustamante, José Joaquín Parrés, José Antonio de Echávarri, José Joaquín de Herrera, Luis Quintanar, Miguel Barragán, Vicente Filisola, José Antonio Andrade, Felipe de la Garza, Manuel Ruiz de la Peña Iruela, Antonio López de Santa Anna, Gaspar López, Mariano Laris y Juan José Zenón Fernández.
Pero lo importante no eran las muertes, fruto de la violencia, sino la lucha por la justicia y la igualdad. Esta estrategia se llevó a cabo a través de la Constitución Particular de la Nueva Galicia, 1824, la cual prohibió expresamente la esclavitud en su territorio, responsabilizando a cada jefe político de liberar a cuantos conservaran esa condición.
El grito de la independencia había sonado en la mentalidad de los más interesados. Como siempre sucede en todas las revoluciones, las promesas y los altos ideales fueron lanzados a los cuatro vientos. Las masas populares anhelaban salir de su calamitosa situación. Pero la triste realidad mostraba otro rostro: los insurrectos de 1810 no cumplieron su palabra. La nueva Patria olvidaba también a los más explotados. Los nuevos poderosos seguían arrinconando a su suerte a los más necesitados. Las transformaciones sociales predicadas durante el proceso independentista no liberaban del agobio cotidiano a la inmensa mayoría de la población mexicana. Lo que sí quedaba claro era que el antiguo Reino de la Nueva Galicia a partir de ese momento se llamaba Departamento de Jalisco.
Martín Rodríguez Rojo
No hay comentarios:
Publicar un comentario