3. HISTORIA DEL CERRATO CASTELLANO.
Describir, aunque sólo fuera
con un cierto detalle, la historia del Cerrato superaría la extensión
aconsejada a este escrito. Por eso, sólo me limitaré a marcar los grandes hitos
de la historia de la humanidad, más bien la centrada en el mundo
occidental. Intento señalar el paso de
las civilizaciones a través de las cuatro edades en que se suele dividir la
historia del mundo. Indicaré sucinta y esquemáticamente algunas ideas clave que
han marcado la evolución histórico-cultural del mundo desde donde se supone que
el Cerrato como cualquier entidad poblacional o institucional habrá debido de
responder para gobernar su vida. Concretamente, España donde se sitúa nuestra
comarca cerrateña ha llegado jadeando y a trancas y barrancas a lo que hoy
llamamos periodo de democracia. Es aquí donde hoy estamos. Es aquí donde surge
la pregunta: después de tantos vuelcos, de tantos fracasos y de tantas
enseñanzas, ¿cuál ha de ser nuestra actitud ante los problemas que nos rodean?
¿Cómo encararnos al presente que siempre mira a un futuro? ¿Qué hemos aprendido
después de tantas epidemias y pandemias? Por ejemplo: la de 1885 en España y en
Reinoso y la del coronavirus que actualmente estamos padeciendo.
Empezaré diciendo que sobre
ese paisaje geológico al que hemos hecho referencia en epígrafes anteriores, el
Cerrato ha levantado su historia. Son esos páramos amplios y llanos los que han
arropado el sudor y las lágrimas de nuestros labradores. Son esos cerros los
que han amparado, soportado, dificultado e impulsado al mismo tiempo la acción
creativa de las mentes de nuestros hombres y mujeres. Son esos valles cercanos
o lejanos a la meseta los que han permitido el acarreo de las mieses y los que
han alimentado a la crianza de las parejas humanas, uncidas en matrimonio o
agrupadas en armónica amistad. Sobre ese
contexto, en alucinante simbiosis, ha nacido la historia del Cerrato a lo largo
de los siglos.
Se empezó en la PREHISTORIA. Han dado fe de esa etapa
armas y utensilios aparecidos en Palenzuela y una lengua pre-indoeuropea tal
vez emparentada con el eusquera del País Vasco. Los cerratenses sabíamos
expresarnos, utilizar el instrumento lingüístico para comunicarnos entre sí.
Durante la EDAD ANTIGUA acontecieron invasiones
indoeuropeas contra los primitivos pobladores de nuestro suelo, los iberos. El
resultado de la mezcla final fueron los celtíberos que seguramente siguieron su
camino desde Pancorbo hasta la sierra de Guadarrama, desde el siglo VIII al IV
antes de Cristo. Pertenecían a este grupo celtíbero los vacceos y los arévacos
quienes lucharían contra cartagineses y romanos. Expulsados los de Cartago por
los romanos, éstos últimos no encontraron buena acogida, pues muchos de sus
generales tuvieron que vérselas con los indígenas de entonces, los valientes vacceos.
Licinio, Publio Escipión, Lépido y Bruto, Pompeyo, Estalicio Tauro, Augusto,
Antistio y Carisio fueron famosas autoridades de los ejércitos romanos que
padecieron derrotas y gozaron de victorias en lucha contra los habitantes de
aquellos siglos, la Pallantia de Palencia o de Palenzuela (no se sabe a ciencia
cierta) testigo. Los seis siglos de estancia romana en la Hispania fueron
tejiendo una cultura de rostro romano, pero montada sobre un fondo racial
celtibérico. Así se resuelven los conflictos. Ni tuyo ni mío, sino de ambos,
aunque las proporciones no siempre sean simétricas. Parte de esa cultura fue la
religión cristiana a la que el edicto de Milán proclamado por el Emperador
Constantino en el 313 y el de Teodosio, otro de los emperadores de la Roma
soberana, decretado en el 381, oficializaron
en todo el imperio. Pruebas de que este hilo conductor de la evolución
cultural iba tomando carta de naturaleza en el Cerrato las encontramos en el
mosaico oceánico de Dueñas y en el Ara de las Ninfas encontrada en Baños de
Cerrato.
En el corazón de España, el
Cerrato iba creciendo. Íbamos aprendiendo que no nos hacemos solos, que la
interacción entre generaciones y entre pueblos y naciones es regla universal de
crecimiento y más aún de madurez. La Edad Antigua nos enseñó a saltar de una
lengua indoeuropea a otra latina y en latín aprendimos a desarrollar las artes
y las ciencias del momento.
Pero, aún prosiguen los
cambios históricos que nunca cesan. Todo lo que empieza termina. También la
invencible Roma. En el 410 fue saqueada por los pueblos bárbaros o extranjeros,
concretamente, por los visigodos, al mando de Alarico. Eran pueblos que tenían
hambre. Mientras tanto otros pueblos
bárbaros y germánicos, los llamados vándalos, suevos y alanos, se arrimaron a las
Galias y algo más tarde penetraron en la cercana Hispania. Como aquí no
acabaron de entenderse con las autoridades imperiales, aprovecharon los
visigodos la ocasión al mando de Ataulfo. Fingieron ayudar al imperio
imponiendo el orden que él no era capaz de conseguir sobre los vándalos, suevos
y alanos en Hispania. Ocuparon, para empezar, el Nordeste de la Tarraconense en
nombre del Emperador aún subsistente en Roma y en el 476, célebre fecha de la
caída del Imperio de Occidente, se liberaron del pacto con Roma para
proclamarse dueños absolutos del territorio que hasta entonces se había llamado
Imperio Romano. Sucedió durante el reinado de Eurico.
Estamos metidos de lleno en
la EDAD MEDIA desde el 476. Se
sucedieron muchos reyes. Los célebres reyes godos que aprendimos en la escuela:
Leovigildo que estableció la corte en Toledo; Recaredo I quien se convirtió al
catolicismo, haciendo católica a España desde finales del siglo sexto;
Suintila, quien unificó políticamente a la Península Ibérica; Recesvinto, quien
curó su enfermedad renal con las aguas de Baños y levantó en agradecimiento la
cerrateña Basílica de S. Juan Bautista en el 661; Wamba, quien venció a los
sarracenos cerca de Algeciras; y el postrero rey visigodo D. Rodrigo, derrotado
por los árabes en la batalla de Guadalete en el 711.
Finiquitan tres siglos de
dominación visigoda. La nueva sociedad hispana había aprendido a ser
monárquica, católica y nacional. El Cerrato, con notable presencia y aportando
el pan nacido de sus ricos trigales. En su territorio, bastantes restos
arqueológicos visigodos. Véanse en Amusquillo, Esguevillas, Piña de Esgueva,
Castrillo Tejeriego, Villabáñez, Villajimena y sobre todo visítese la joya
histórica de la Basílica visigoda de Baños. Es verdad que su lengua gótica no
cuajó y que su cultura no fue capaz de imponerse al latín hispanorromano, pero
sí son numerosos los eremitorios desparramados por el Cerrato. Nuestra comarca
iba absorbiendo esencias, íbamos engrosando nuestra personalidad, nos hacíamos
adultos, preparados para nuevos sustos.
Porque se avecinaban nuevos
saqueos, nuevas guerras, nuevas invasiones. Les toca ahora entrar en la
codiciada Península Ibérica a las distintas familias sarracenas procedentes de
la Arabia Feliz y desértica. A principios
del siglo VIII, año 711, llegan los musulmanes árabes-bereberes al mando de
Tarik, lugarteniente de Muza que era gobernador de la Mauritania, situada al
noroeste de África. Los hombres de Tarik desembarcaron en Algeciras y el jefe
los reunía en el peñón de Gibraltar.
Vencen al rey visigodo D.
Rodrigo en la batalla de Guadalete, como ya he dicho. En menos de tres años
conquistan casi toda la Península. El derrotado ejército hispano-godo y muchos
grupos de la población civil se refugian en los montes galaicos, astures,
cántabros, vascos y pirenaicos desde donde organizaron centros de resistencia.
Uno de esos centros de
resistencia fue Asturias. Allí, un noble visigodo, capitán que fue de las
huestes de D. Rodrigo y llamado don Pelayo plantó cara a los árabes, derrotándolos
en la célebre batalla de Covadonga, en el 718, siete años más tarde de la
entrada de los árabes -bereberes, según algunas fuentes.
Animados los cristianos por
esta victoria de donde Don Pelayo salió proclamado Rey, siguieron una tras otra
multitud de peleas a lo ancho y largo de lo que hasta no hacía mucho tiempo
había sido monarquía visigoda. Ocho son los reinos cristianos que fueron
tomando cuerpo: Aragón, Aragón y Cataluña, Asturias, Castilla, León, León y
Castilla, el corto reino de Galicia y Navarra. Mucho les costó entender que la
única solución para vencer a los musulmanes era la unidad. Antes de llegar a
ella a finales del s. XV con los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, se pasó
por desavenencias, robos, guerras, revueltas, fratricidios, levantamientos,
rebeliones, crímenes y demás atrocidades, junto a heroísmos, clemencias,
bondades, sacrificios e inteligencia, también es justo reconocerlo.
Varios reyes asturianos
alargaron sus dominios hasta pueblos pertenecientes al Cerrato, contribuyendo a
repoblarlos con gentes del Norte donde previamente se habían refugiado.
Fernando I El Grande unificó Castilla y León. Las luchas entre Sancho II de
Castilla y Don Alfonso VI de León tuvieron como escenario la comarca cerrateña.
En el siglo XIII floreció Fr. Rodrigo “El Cerratense” que en el monasterio de
San Pelayo de Cerrato, situado en el término de Cevico Navero, escribió sus
notables crónicas. En 1217 fue llevado
secreta y ladinamente a Tariego por el Conde D. Álvaro de Lara, el cuerpo del
fallecido en Palencia, doncel D. Enrique I, de quien aquel fue tutor y éste,
hijo del Rey Don Alfonso VIII de Castilla, el de las Navas de Tolosa (1212).
Alfonso X El Sabio, hijo de Fernando III El Santo, demostró su sabiduría
enviando un juez al cerrateño pueblo palentino de San Cebrián de Buena Madre,
para deslindar el Bosque de Buena Madre y dilucidar la pertenencia del mismo
entre los pueblos colindantes.
Muchos de los templos e
iglesias del Cerrato fueron erigidos durante estos medievales siglos XII, XIII y
XIV. Entre otras, la iglesia de Santa María en Reinoso de Cerrato (s. XII) y
las de Hérmedes, Hontoria y Villamuriel (s. XIII) por citar sólo algunas.
No faltaron los disturbios
entre distintas villas cerrateñas durante estos tiempos de la reconquista de
las poblaciones ocupadas por los musulmanes. Así, por ejemplo: durante el
reinado de Fernando IV El Emplazado. Sucedió que Don Juan Núñez de Lara, señor
de Palenzuela, por entonces capital del
Cerrato, en unión con otros nobles, no acató la autoridad de Dña. María de Molina que tutelaba como reina la infancia de su hijo
Fernando IV. No tuvo más remedio la insigne Reina que cercar a Palenzuela, adueñarse de ella, expulsar al noble rebelde e
incorporar dicha villa a su Corona de Castilla.
Algo parecido aconteció de
nuevo en la misma capital de Cerrato, la importante Palenzuela. Unos años más
tarde de haber sufrido el Cerrato una gran mortandad (1347) que trajo como
consecuencia la desaparición de muchas aldeas, allá durante el reinado de Pedro
I El Cruel (1350 – 1369), se produjo una guerra entre hermanos. Pedro contra Enrique de Trastámara. La
capital, plaza fuerte y cabeza de la Merindad del Cerrato, Palenzuela, se
alistó con Enrique, aspirante a la Corona. Capitaneaban esta rebelión, junto a
otros nobles, Juan de Herrera y Díaz Sánchez de Terraza. Don Pedro I envió
tropas al mando de Don Juan Rodríguez de Sandoval, señor de muchas behetrías
cerrateñas. Siendo éste asesinado en Quintana del Puente, el propio rey Pedro
vino en persona a dirigir el asedio de la
fuerte Palenzuela, que al final se rindió.
Mientras tanto, a lo largo
de este belicoso siglo XIV, como si se tratara de levantar lugares donde rezar
por los muertos, se fueron construyendo los monasterios de Santa Clara en Astudillo
y el de San Francisco en la guerrera Palenzuela, además de su iglesia
parroquial de San Juan. Por contra y también por causa de esta guerra
fratricida entre Pedro y Enrique, las monjas clarisas de Reinoso tuvieron que
abandonar su convento ubicado a las faldas del actual monte de Barrio y buscar
asilo en la vecina Palencia. Se calcula que esta marcha sucediera en torno al
1370.
Las malas acciones bélicas
de finales del XIV indujeron a que en el XV no olvidaran los de Palenzuela
estas calamitosas enemistades entre reyes y entre nobles. De nuevo fue en esta
fortificada villa donde se enfrentaron el rey Don Juan II de Castilla, padre de
Isabel la Católica, con el rey Don Juan de Navarra. Y por si algo faltara,
después de que este Rey Juan II visitara varias veces al Cerrato Castellano y convocara Cortes en la villa de
Palenzuela en 1425, se renovaron las luchas entre nobles. En este caso,
acompañaron a Juan II y a su “amante”
Don Álvaro de Luna, el Conde Don Pedro de Acuña, señor de Dueñas y Tariego,
Alonso Pérez de Vivero, Gonzalo Chacón y los escuderos del Obispo de Palencia.
En su contra figuraban en el año 1451, nada menos que el Almirante de Castilla,
Don Alonso Enríquez, confabulado con su cuñado Don Juan de Tovar, señor de
Astudillo. Estos últimos rebeldes también implicaron en la guerra a las
fortalezas de Hornillos de Cerrato y a Cordovilla la Real. Así pues,
Palenzuela, Astudillo y Cordovilla, cerrateñas todas ellas, contra una hermana
de la misma comarca, llamada Dueñas, la monárquica, que defendía a Juan II en
unión con otros nobles. Juan II inició otro
cerco a la capital del Cerrato. Palenzuela fue vencida una vez más.
Seguramente que esta carrera
bélica protagonizada por Palenzuela o, al menos, desarrollada en su suelo,
utilizado por la codicia y prepotencia de aquellos avariciosos nobles, fue uno
de los motivos que impulsó a los Reyes Católicos a traspasar la capital del
Cerrato a Baltanás, privando de tal honor a Palenzuela.
A Juan II le sucedió su hijo
Enrique IV y a éste su hermana Isabel la Católica, en contra de muchos nobles
que preferían que la sucesora fuera la Beltraneja, dudosa hija de Enrique, el
Impotente. Había quienes defendían que Juana, la Beltraneja, no era hija de
Enrique IV, sino de su valido Beltrán de la Cueva.
El Rey Alfonso V de Portugal
se casó con la Beltraneja, intentando así incorporar Castilla a su Corona. El
portugués tuvo la osadía de atravesar la comarca del Cerrato en dirección al
castillo de Burgos que también apostaba por la Beltraneja. Pero Isabel mandó al
Almirante de Castilla, Don Alonso Enríquez, que se apostara en Palenzuela,
alertando a las tropas de Torquemada y Pampliega. Insistió Alfonso V en
dirigirse a Burgos, pero al constatar la existencia de las fuerzas contrarias,
hizo un requiebro y torció hacia Baltanás al que atacó por sorpresa derrotando
al Conde de Benavente que capitaneaba un grupo de soldados. Le entró el miedo
al marido de la Beltraneja y se dirigió hacia Toro, en Zamora, donde las tropas
de los Reyes católicos le vencieron en la Batalla de Toro, 1476. Agachó las
orejas el lusitano y se marchó a su casa.
Los Reyes Católicos guardan
muchos recuerdos de las tierras cerrateñas. Fernando llegó disfrazado de lacayo
de unos caballeros amigos a Dueñas en busca de su novia Isabel. Le esperaba su
tío Don Pedro de Acuña, Conde de Buendía y señor de Dueñas, en cuya casa se
hospedó el sobrino. Aquí preparó su viaje a Valladolid para entrevistarse con
Isabel. Llegó a la ciudad del Pisuerga, vio a su prometida y acordaron que el
18 de octubre de 1469 se desposarían.
Así aconteció. ¿Dónde fijarían su residencia? – En Dueñas, en el palacio de los
Acuña. 1470. El 2 de octubre de este mismo año nacía la primera hija de Isabel
y de Fernando. Se llamaría como su madre, Isabel. La luna de miel la pasaron
conociendo Dueñas y ciudades circunvecinas. El 1474 fue proclamada Reina de
Castilla Doña Isabel. Dos años más tarde, reunieron las Cortes en Dueñas para
reorganizar la Santa Hermandad que habría de tener mucho trabajo en lo
sucesivo. Cuando Fernando enviudó no quiso olvidarse de Dueñas y a los 54 años
de edad, en la iglesia de Santa María la Mayor donde, según algunos, habían
bautizado a su primera hija Isabel, se
volvió a casar con una jovencita de 19. Se llamaba Doña Germana de Foix, sobrina
del Rey de Francia, Luis XII.
Antes de casarse con Doña
Germana en el 1506, el siglo XV estaba agonizando y acercándose al 1492. A esas
fechas los reyes castellano-aragoneses ya habían iniciado la unidad de España,
habían terminado la reconquista con la toma de Granada y el 12 de octubre de
ese mismo año, un aventurero navegante ayudado por la Reina, denominado
Cristóbal Colón, ya había llevado a cabo la empresa de mayor trascendencia
universal, descubriendo las Américas. El
Cerrato había alimentado y dado cobijo a quienes hicieron posible tal hazaña.
Había empezado la Edad Moderna de la que seguiremos hablando en el capítulo
siguiente.
No sin antes cerrar el
presente con una pregunta: ¿qué hacían los campesinos del Cerrato durante estas
peripecias históricas que hemos contado en estas páginas? ¿Qué hacía el pueblo
llano? ¿Participaba en el rumbo de la historia? ¿Era consciente de lo que
estaba pasando? ¿Conocía las causas de las rebeliones, de los conflictos
económicos, sociales y políticos? ¿Aplaudía o se oponía a las guerras
intestinas, civiles, internacionales?
Palenzuela, Astudillo,
Dueñas, Baltanás. Cuatro pueblos que han mostrado gran protagonismo en estos
siglos medievales del Cerrato. Tengo la sensación de que el pueblo era
utilizado por los nobles y poderosos. De que el pueblo era llamado a las
guerras que organizaba su señor y acudía temeroso de perder la posibilidad de
amparo por parte del feudal. Tengo la impresión de que la gente del campo, los
campesinos, los siervos de la gleba, las sirvientas de la gran señora, los
servidores palaciegos, los gremios del burgo no tenían mucho tiempo para
informarse de los acontecimientos, de las intrigas de los nobles, de las
andanzas de las casas reales, de los casamientos políticos que manejaban el futuro
al antojo de las conveniencias de los grandes, de las teologías de la alta
clerecía.
Es más creíble que el
espíritu de sumisión, la obediencia ciega a los preceptos eclesiásticos, la
veneración de los linajes iban creando un tipo de ciudadanía ignorante de las
grandes decisiones. Y aquí la pregunta revierte sobre nuestro presente
cerrateño. ¿Somos iguales que aquellos antepasados nuestros, cambiando lo
cambiable, o hemos despertado al análisis de los hechos, de las causas y de las
consecuencias? ¿Dónde habrá que apretar
el botón para superar la alienación, para estar a la altura de las
circunstancias, para incrementar la concienciación capaz de tomar la palabra y
trazar surcos en la tierra reseca de nuestras parameras?
MRR.
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