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Norte de Castilla Valladolid Domingo, 27 febrero 2022, 00:11
El taller de Farnesio que resiste adosado a la Renfe
El veterano mecánico Santos Urbaneja alcanza la edad de jubilación con la incógnita del futuro que tendrá su garaje con la remodelación de la zona de las viejas naves ferroviarias
autor de la noticia J. Asua
Tiene Santos Urbaneja unas manos como tenazas. Cuando uno se la estrecha para saludarle se aprecia su contundencia. Medio siglo apretando tuercas, desmontando piezas y sacando motores han convertido sus dedos, tintados por la grasa de los pacientes a los que atiende a diario, en poderosas herramientas. Comenzó a doblar el lomo sobre pistones y carburadores con tan solo 15 años. Hoy, a punto de cumplir 65, recuerda con nostalgia aquellas primeras escaramuzas con la llave inglesa en el Paseo de Farnesio junto a su padre. «Desde niño: coches, coches y coches», resume este conocidísimo veterano del gremio, formado por un progenitor que también fue maestro de muchos de profesionales locales. Él era todavía un crío. La calle estaba «en tierra» y a las puertas de esta pequeña nave hacían cola decenas de automóviles, muchos de ellos taxis, a la espera de revisión. «Se montaban aquí unas tertulias muy animadas», rememora mientras rebusca herramienta en un abarrotado carro metálico rojo con cajoneras.
Sí, ese taller de toda la vida. Seguro que usted lo ha visto, aunque sea de reojo desde el coche. Adosado a la tapia de las vetustas naves de Renfe, un poco antes de llegar a Arco de Ladrillo, el garaje, con tejado a dos aguas y unas desgastadas puertas de madera en su fachada lateral, sobrevive al nuevo mundo híbrido y electrificado de la automoción. «Esto, con tanta electrónica, no tiene nada que ver. Antes, aunque se cambiaban piezas, se reparaba casi todo, pero los tiempos avanzan; la gente joven que trabajó con nosotros y que se ha puesto por su cuenta tienen máquinas de diagnosis y están muy formados en tecnología», asume. En Farnesio, eso de los microchips y los semiconductores suena complejo – «está uno más limitado», reconoce–, aunque 'Santines' –así le distinguen sus amigos de Santos padre–, mantiene agudo su oído clínico para detectar y solucionar averías. Su público lo sabe. Clientes de siempre que creen en la destreza y experiencia de un mecánico de los de antes. «En este trabajo, la confianza y la transparencia son muy importantes», zanja.
Santos trabaja en su negocio. / RODRIGO JIMÉNEZ
Los planos que avanzan la transformación urbanística de esta zona la ciudad, con el derribo de las instalaciones ferroviarias y la creación de un nuevo barrio residencial en el que se ubicará la nueva estación de autobuses, marcan la cuenta atrás para una saga, la de Talleres Santos, a la que él pondrá el punto y final. «Mi hijo ya está en otra cosa», aclara con la cabeza metida en un Jeep Wrangler de color verde pistacho. «De momento, no sabemos nada. Dicen que esto va a cambiar totalmente;yo aquí sigo, veremos hasta cuándo, porque ya toca la jubilación y tampoco me ha comentado nadie cómo afectarán esas obras al taller», apunta con una sonrisa, que no le abandona en ningún momento de la charla.
Los 170 metros cuadrados de su espacio de trabajo son un caos organizado, un bazar de bujías, llaves de todas clases, bombas de servodirección, transmisiones, amortiguadores, juntas de culata, tuercas, tornillos... Un batiburrillo de acero y metal, bañado de aceites, que él tiene perfectamente clasificado en su cabeza. «Sé donde puedo encontrar lo que necesito, parece que está desordenado, pero yo lo tengo todo grabado», asegura convencido.
La historia de este clásico de la reparación la marcó la Seat. Su padre desembarcó en Valladolid procedente de Reinoso del Cerrato, un pueblo de Palencia, para trabajar en el servicio de la marca española, entonces ubicado en la plaza de Tenerías. Allí se formó, aunque su inquietud pronto le llevó a ponerse por su cuenta. «El primer taller lo abrió en la calle Salamanca, que hoy es Puente Colgante. A la altura del Supercor había un callejón que llevaba a un patio donde había cocheras; cogió una y empezó», relata Santos hijo. Con él se fueron muchos clientes del taller oficial. «Era un buen mecánico y, además, una gran persona, ayudaba a todo el que lo necesitaba y algunos le dejaron mucho dinero a deber, pero él era así», recuerda con cariño.
Urbaneja posa a las puertas de su taller. / RODRIGO JIMÉNEZ
De aquel primer negocio, en 1967 dio el salto a Farnesio. Compró la nave, que mantiene intactas las viejas vigas de madera cruzadas en su techo, y lo preparó con lo último de entonces. Construyó un amplio foso para trabajar en los bajos – «entonces había muchos 1500 en el taxi, que eran muy largos»– y arrancó una andadura a la que su hijo pondrá el epílogo más pronto que tarde. Mientras tira de memoria, 'Santines' tiene hoy abiertos tres tajos –el Jeep, un Seat Córdoba y un Opel Monterey– que atiende en su orden. Él se organiza. Para los Urbaneja, la profesión es sagrada. De su acierto en la reparación, depende que el cliente vuelva. Además, el boca a boca es básico para aquilatar el prestigio en este negocio.
Por su manos ha pasado de todo en estos cincuenta años. Coches de antes y turismos modernos a los que Santos aplica sus vastos conocimientos en la materia. Pero ahora las garantías de los fabricantes son más largas y el parque móvil se muda a tecnologías muy avanzadas. Su mercado va a menos. Y, además, los años ya atornillan. «Hay trabajos más duros, pero este tiene lo suyo: agacharse, apretar, coger pesos, malas posturas, el frío...», enumera.
Llega el momento de descansar, aunque Santos no se pone fecha. Dependerá del aguante del cuerpo, del cálculo de cómo quedaría la pensión y de esos planos que desde hace veinte años anuncian la transformación de un enclave en el que Talleres Santos ha sido protagonista.
Un saludo
charly
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