lunes, 4 de marzo de 2019

Carnavales de otro tiempo la cofradía de ánimas de Reinoso de Cerrato

Hola amigos: Con este título "Carnavales de otro tiempo la cofradía de ánimas de Reinoso de Cerrato", nos presenta César Augusto nuestro reinosero poeta y escritor, que contribuye con sus escritos literarios a dar a conocer a todos la historia de nuestro pueblo.
Y que mejor que en estos días de carnaval.

Espero que os guste y le damos como siempre las gracias a Cesar por su colaboración.







CARNAVALES DE OTRO TIEMPO.
LA COFRADÍA DE ÁNIMAS DE REINOSO


César Augusto Ayuso



En Reinoso, como en cualquier otra población de la Europa Occidental cristiana, en los siglos pasados fueron habituales las cofradías. Estaban ligadas a la iglesia y bajo la jurisdicción del obispo. El cura de la parroquia era el abad y director espiritual. La finalidad de las cofradías era, principalmente, religiosa: vincularse el cofrade a una devoción para contribuir al fomento público de su culto y tomarla como intermediario salvífico a la hora de la muerte y el juicio de Dios. Pero también tenía otras finalidades secundarias, de carácter social, pues las cofradías eran agrupaciones que, so pretexto religioso, establecían entre sus miembros cierta solidaridad para divertirse en la fiesta de la cofradía y ayudarse en los momentos difíciles de la enfermedad y la muerte en unos tiempos en que el Estado no cubría ningún gasto y todo se fiaba a la caridad cristiana. 
Por noticias documentales, en Reinoso hubo tres cofradías en el siglo XVIII: la de la Cruz, la del Santísimo Sacramento y la de Ánimas. Es muy posible que vinieran de siglos anteriores; sobre todo, la de la Cruz, pero es difícil precisar, pues de la del Santísimo no se conserva documentación alguna, y la de las otras dos es harto fragmentaria.  
Empezaremos ocupándonos de la cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio por la importancia que tenía en la celebración de los carnavales. Esto puede parecer un contrasentido, pero no lo era. Característica de las cofradías de esta advocación en el Cerrato, que no faltaban en ninguno de sus pueblos, fue, precisamente, que estaban ligadas a la celebración de los días de Carnaval. En el resto de la provincia este tipo de cofradías celebraban su fiesta en noviembre, que era el mes de las Ánimas. En el Cerrato habían tomado los tres días de Carnaval como festivos precisamente para contrarrestar con ceremonias religiosas la inclinación de esos días a la juerga y al desmadre. Ellos, como cofradía, se encargaban de tomar la calle con una serie de actos que, además de invitar a la gente a ir a la iglesia para orar por los difuntos, tenían un carácter festivo. No solo eso, era una forma, aparentemente amparada en la disciplina eclesiástica, de celebrar los carnavales los propios cofrades en camaradería. Esto les trajo no pocas tensiones con la autoridad eclesiástica, que se oponía a ciertos solaces profanos que juzgaba excesivos, como veremos. 

DOCUMENTACIÓN DE LA COFRADÍA Y ALGUNOS ENIGMAS 

Lo que podemos saber de la cofradía se halla recogido en dos libros donde los cofrades asentaban las cuentas anuales, hoy guardados en el Archivo Histórico Diocesano de Palencia. El primero tiene apuntes entre los años 1718 y 1755. El segundo de 1812 a 1899. Hay pues una laguna en medio. Precisar cuando se inició la cofradía no es nada fácil, pero puede ser que viniera del siglo anterior, el XVII, y que en este siglo XVIII se convirtiese en “soldadesca”, como ocurrió en muchos otros pueblos del Cerrato. Esto hay que explicarlo. En principio, estas cofradías nacían para orar por las almas de los fieles difuntos, que, según la doctrina de la Iglesia, necesitaban las oraciones de los vivos para salir de las penas del Purgatorio. Estas cofradías recogían limosnas por el pueblo y las empleaban en misas en sufragio de los fallecidos. Pero las cofradías del Cerrato quisieron matar dos pájaros de un tiro, por decirlo de forma coloquial. Por una parte, recogían estas limosnas en los días de carnaval, animando a las gentes con una serie de actos divertidos, y, por otra, trataban de dirigir y controlar ellos la diversión en estos días –combinada siempre con las misas y los actos en la iglesia– para que las gentes fueran conscientes de la muerte y de que esos días de Carnaval era cuando más se pecaba y se contraían deudas espirituales que luego habían de pagarse en el Purgatorio. 
Estas cofradías echaban a andar con una Regla que debía ser aprobada por el obispo. La cofradía de Reinoso, sin embargo, parece una excepción, pues en la visita pastoral que el obispo hizo a la parroquia en 1747, en la que solía pedir cuentas a las cofradías de su administración y gobierno, les conmina a que en el plazo de dos meses elaboren unas constituciones o reglas por las que regirse, pues al preguntarles por ellas le debieron de contestar que no las tenían y que ellos se conducían en la cofradía solo con su voluntad, sin reglas ni capítulos escritos. Les amenaza con la extinción como cofradía si no lo hacen e incautarles los bienes que tienen. 
A partir de ese año no se sabe lo que pasó, porque faltan las cuentas de los años siguientes. O algo sí que se sabe, porque lo dice algún obispo en las visitas pastorales de años sucesivos. Se resistían a ser supervisados en sus cuentas y actos y no veían por qué el obispo tenía que disponer de una cofradía que mantenían ellos con su iniciativa. Se negaban a dar las cuentas o arrancaban las hojas del libro. Así lo dice el obispo Argüelles en su visita de 1777. Finalmente, parece ser que acabaron arrepentidos y acatando las disposiciones del prelado. 

LA ORGANIZACIÓN DEL CARNAVAL

Ellos, sin embargo, sí que tenían unas directrices que aceptaban de mutuo acuerdo y ponían en práctica, tal como puede deducirse a partir de las cuentas que dan en el año 1718, el primero que aparece documentado. Esas cuentas se daban ante el capellán o cura abad de la cofradía y ante el alcalde mayor y los dos alcaldes ordinarios del pueblo, que eran las autoridades municipales. La presencia de estos tres personajes civiles, (que pudieran ser cofrades o no) indica que la cofradía se veía como de interés municipal. Las cuentas los daban los llamados “oficiales” de cada año, pues la renovación de cargos era anual. Ellos se encargaban de administrar los bienes de la cofradía y de organizar el carnaval según costumbre. Estos oficiales eran tres: el “capitán”, el “alférez” y el “sargento”. Sus nombres obedecen a que la cofradía esos días se constituía como “soldadesca”, como pequeño ejército, del cual el resto de cofrades serían los “soldados”, y como tal desfilaban por el pueblo al dirigirse a la iglesia y al salir de ella en las misas y actos litúrgicos de los días de carnaval. El porqué estas cofradías se organizaban como una fuerza paramilitar tiene su sentido simbólico. Ellos eran el ejército de Jesucristo que en los carnavales luchaba y hacía frente a las fuerzas del Maligno, que en esas fechas redoblaba sus insidias y tentaciones entre los hombres. 
En Reinoso solo aparecen estos tres cargos, pero en otros pueblos del Cerrato, sin duda más grandes y con mayor número de cofrades, había más cargos, como el “teniente” y dos “cabos”. Estos cargos se elegían una vez pasados los carnavales y quedaban ya para los del año próximo, a cuya conclusión rendían cuentas y pasaban sus cargos y la administración a los elegidos para el siguiente. 
Pero estos cargos se pretendían, es decir, se pedían a la cofradía con antelación. Si no había postores, se seguiría un orden. Quienes pedían “servir los oficios” lo hacían porque se comprometían a sufragar la fiesta con una serie de gastos que esta conllevaba, como podía ser el dar refresco esos días a los hermanos, pagar al predicador, disponer su casa para el juego de las noches, etc. Parece ser que el puesto de “sargento”, el menos importante, se reservaba para los que entraban nuevos en la cofradía. 
Estos oficiales eran quienes presidían el desfile, y cada uno llevaba el distintivo de su cargo. El capitán llevaría la vara de autoridad de la cofradía, el alférez era el encargado de portar la bandera. Bandera que bailaría o revolearía –al menos sabemos que así se hacía en otros pueblos del Cerrato– al acabar la misa (el amplio atrio de la iglesia sería un lugar muy idóneo) y que, como era de grandes dimensiones, solía dejarse este cargo en manos de un cofrade joven y vigoroso.
Bandera de la cofradía de las Benditas
Ánimas del Purgatorio de Reinoso 
Consta que en el año 1734 se compró una bandera, cuya tela costó 214 reales más los 17 del viaje a Palencia a por la tela, y por cuya hechura se pagaron otros 186 al sastre. El sargento llevaba la alabarda, que era un arma que constaba de un largo palo que acababa en una especie de hierro en forma de media luna, propia de los tercios españoles. También el año 1733 se estrenó una. En los desfiles de estos días tiraban cohetes y quemaban pólvora, pues apuntan el gasto.
Otro personaje que no podía faltar esos días y que se sumaba al desfile, era el “birria”. Iba vestido con un “saco” o prenda de colorines, de la misma tela que la bandera, que también era multicolor. Su misión consistía en abrir el corro para que el alférez revolease la bandera y de perseguir y servir de diversión a los chiguitos. El mismo año que se estrenó la bandera él estrenó su traje. 
En el año 1742 hay un apunte en el que se recoge el nombre de 32 cofrades, incluidos los 2 curas.

FINANCIACIÓN DE LA COFRADÍA

La cofradía tenía sus medios para sufragar los gastos de iglesia a los que debía de hacer frente: las misas que encargaba en cuaresma por los ánimas, las que decía al morir los cofrades, las de los días de carnaval y la abundante cera que se gastaba en misas y entierros, pues entonces los hermanos mantenían cada uno un cirio ardiendo durante la mayor parte de la misa y en los entierros de sus miembros fallecidos. Esta llama encendida que mantenía cada uno tenía un simbolismo elocuente: era el signo intermediario con la divinidad a la que suplicaban.
La cofradía poseía un hato de ganado ovino que le llevaba un mayoral al que se contrataba anualmente cada San Pedro. En las cuentas de 1718 anotan 24 ovejas, un cordero y dos corderas. De la venta de la lana, el queso y los corderos habían de quitar el jornal del pastor y el gasto en esquileo y mantenimiento. Lo que les quedaba era para los gastos religiosos. Esto se unía a las limosnas que se recogían en el pueblo y lo sacado entre los cofrades. Había un curioso arbitrio que se cobraba a estos en los días de carnaval o antruido. Tenía su peculiaridad, pues en Reinoso adquirió una importancia que no se dio en otros pueblos, aunque también se practicaba. Era la fuente de ingresos más importante que tenían, y se disfrazaba de limosna aunque servía para diversión y regocijo de los cofrades.
Consistía esta importante fuente de ingresos en lo que ellos llamaban los “censos”, que no era otra cosa que pagar por pasar la noche de carnaval (el martes) en casa de los oficiales jugando a los naipes. (Lo que no se puede precisar es si pagaban por partidas jugadas o por ganancias en las partidas o con qué criterio exactamente). Este concepto aparece por vez primera en 1722: 245 reales “que importaron los censos y mandas en dinero que ofrecieron a las venditas ánimas”. La mayoría era de los juegos, pues de las mandas como tal se sacaba poco. Estas mandas solían hacerlas los devotos en especie: en trigo, cebada, nueces, etc., que luego se vendía. Es muy posible que esto saliese de ir pidiendo por el pueblo.
En 1727 lo desglosan así: 186 rs. de censo “en los juegos de antruido” y 23 rs. en mandas que se hicieron a las ánimas. En el año 1741 llegaron a reunir 395 rs. 
Todos los años compraban en Palencia las barajas y al acabar la noche de juego las subastaban. El año 1732 sacaron en esta subasta de dos barajas 30 reales y 20 maravedís (un real tenía 34 maravedís). Haciendo cuentas, se puede decir que de los juegos de esta noche salían las tres cuartas partes del dinero de que disponían anualmente, pues del rebaño, deducidos gastos, no les quedaba mucho.  

EL ALTAR DE ÁNIMAS


Altar de las Benditas Ánimas del
 Purgatorio de Reinoso 
La cofradía dejó una importante huella en la iglesia. Sufragó el altar de Ánimas, que es el que se encuentra en la pared lateral de la derecha mirando al altar mayor. El Cristo que lo preside era conocido por los antepasados como “el Cristo de las Ánimas”, para distinguirlo del de la ermita, que sería el Cristo de la Vera Cruz, la otra cofradía. Este retablo lo realizó el vecino de Cevico de la Torre Pedro Cuesta el año 1726, pues en las cuentas del año siguiente consta que le pagaron por su trabajo 400 rs. Unos años después se doraría y pintaría, lo cual costó 2.000 rs. más algún pico por otras menudencias, según las cuentas de 1733. También consta que, una vez terminado, se inauguró con una solemne fiesta religiosa. 
Estos “altares de Ánimas”, donde se decían las misas por los fieles difuntos, están extendidos por el Cerrato y fueron sufragados por sus cofradías. Ellas eran las que recogían la limosna por todo el pueblo y los mismos cofrades solían hacer una derrama especial para cubrir su costo. Esta devoción estaba muy arraigada en toda la cristiandad a partir del Concilio de Trento, pues la salvación del alma era lo más importante para el cristiano, por lo que empleaban sus limosnas en todo aquello que tuviera que ver con sufragios para los difuntos. 
Cristo de las Ánimas del Purgatorio
Reinoso de Cerrato












CAMBIOS EN EL SIGLO XIX

Tras más de 60 años sin datos documentales, se vuelve a tener noticias de la cofradía en 1814; es decir, una vez acabada la guerra de la Independencia, que quedó a España asolada, y más estos pueblos cercanos al Camino Real de Madrid a Irún, que fueron saqueados sin miramiento por los franceses. El obispado vuelve a poner orden en las parroquias y a reorganizar las cofradías, que con la guerra habían permanecido en la inactividad por falta de medios. Ahora sí que encontramos una declaración doctrinal del por qué la cofradía se constituye como tal: “con el fin –dice– de sufragar con sacrificios y limosnas a las ánimas del Purgatorio que con clamores muy tiernos a sus amigos los hombres piden que por este medio las alibien y socorran; tributo en que unos por justicia y todos por caridad debemos concurrir”. Se consignan en esta renovación de la cofradía más de 50 cofrades. Hay que aclarar que cofrade de número como tal solo eran los hombres, y ellos hacían la fiesta y la protagonizaban, pero las mujeres de los casados eran consideradas cofrades a efectos de sufragios a la hora de la muerte. 
Siguen nombrando anualmente los oficiales para la cuaresma, además de un tesorero y un pedidor. Este solía encargarse de recoger la limosna, bien por el pueblo o a la puerta la iglesia. También estipulan el gasto que los oficiales deben hacer en los días acostumbrados con la cofradía, pues se les obligaba a servir cuatro refrescos, repartidos en el domingo de sexagésima, y el domingo, lunes y martes de carnaval. Dos corrían a cargo del que hacía de capitán: una colación debía dar de peras y otra de nueces; el alférez debía dar una colación de confites de onza y media, y el sargento, otra de nueces. A cada colación había de añadirse el refresco o bebida, que era el vino. Quien, habiendo de servir el cargo, se negase, debía satisfacer una multa de 100 rs. y se le excluía de la cofradía. Ser oficial, pues, suponía un gasto extra en aquellos tiempos de penuria.
En este segundo libro ya no aparece el ganado en el patrimonio de la cofradía, sino un majuelo. Ya no tendrán entradas por el juego, que, sin duda, habría sido prohibido por el obispo, y lo que hacían ahora era cobrar por servir ciertos oficios. Subastaban los oficios de sargento y de birria y quienes optasen a ellos pagaban una cantidad que solía variar cada año. Algunos años el cargo de birria quedaba vacante.  También había uno que tocaba la “caja” o tambor. Este llamaba a los cofrades para los desfiles, marcaba el ritmo y los avisaba, dando una vuelta por el pueblo, cuando había reuniones o misas especiales o el entierro de un hermano. Años más adelante también se subastaría el cargo de alférez. A esto lo llamarían “subastar o arrendar las insignias”, es decir, la bandera del alférez, la alabarda del sargento y el saco del birria. Se hacía el primer domingo de cuaresma después de la misa en el ayuntamiento. También había una “pica” que se subastaba, que era la que en otros pueblos llevaban los “cabos”. 
El majuelo se vendió y ya solo sacaban dinero de las subastas de cargos y de algunas limosnas. Llegó un tiempo que también se subastaron las insignias que se llevaban a los entierros de los hermanos. Estas eran el estandarte y el bendito Cristo. Pero la cofradía, que en el segundo cuarto del siglo XVIII había vivido sus momentos de mayor esplendor, fue languideciendo a lo largo del XIX. Moriría en 1899. Tenían problemas de financiación, pues algunos de los que se comprometían a llevar las insignias luego no pagaban o lo hacían tarde. Ese año dejaron a deber los estipendios de la fiesta al cura. Y una bandera nueva, que habían comprado el año anterior, quedó de más. Todavía se conserva enrollada e inhiesta en un flanco del altar de Ánimas. 
Esta olvidada bandera y el altar de Ánimas es lo que queda de esta cofradía que con entusiasmo y algazara celebró los carnavales en los siglos pasados. Son los signos que mejor recuerdan su fervor religioso. Lo otro, el acontecer profano, el desfile de la soldadesca al ritmo ronco del tambor, el revoleo de la bandera, las carreras del birria y los refrescos y las grandes noches de naipes, se fueron con ellos. 


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