GRACIAS.
Iba un hombre
que soy yo a comer con
su familia, sobrinos y
primos juntos, porque en
aquel mismo día se recordaba
su “cumple” que a los 90
ascendía. Penetró con
gorra en mano en el salón
de “la Playa”, un
restaurante que había en el pueblo
de Reinoso. Buenos días
dijo en alto, acompañando
su esposa, creyendo que
veinte habría. Y un centenar
de personas encendieron
los luceros, cantando a la
vez “el cumple” que a la
montaña ascendía. Admiración y
sorpresa: los amigos
allí estaban. Desde el país
y otros reinos en el pueblo
confluían. Unos traían
incienso. otros, oro y
pedrerías. Muchos
leyeron escritos, de otros
salieron palabras. Todos loaban
al hombre que en lo
profundo del alma en silencio y
con respeto tantos
halagos oía. La
comida transcurrió gozosamente y
con paz. Carlos
gestionaba todo con blanca y
oculta mano y Guadalupe
cantaba lo que todos
aplaudían. Lo que Sara
en aquel tiempo dijo que
tanto admiró continuaba
ahora empujando los proyectos
que soñó. Nicolás desde
Bolivia recordaba
aquella época en que
Fernando y “el hombre” con esmero y
muchas ganas, a sus
maestros y escuelas impartieron
maestrías. Con piedra y
con duro hierro Pablo
esculpía una efigie y en lo alto
de esa torre nueve décadas
colgaba. Por contra,
Pedro en Magaz, un paisaje de
Reinoso con diestro
pincel pintaba y en un
cuadro trasplantaba. Allí estaban
José Luis, cual puerto
que ampara barcos, con el
reinosero César |
que hilaba
sus reflexiones; con Carmen y
su Santiago, con Gerardo,
con Vicenta a quien
“Férnan” sonreía, con Chema,
Rufino y Merche, con amigos
Pepe y Pili, que desde
Soria venían; con Javier,
que era sobrino, con Julia,
con Dori y más que no puedo
aquí nombrar. Sólo los
aludiré en sus grupos
respectivos: Club de
lectores y el CIVA, a la cabeza
con Macu; mis primos de
Villaviudas, Ana y la
corporación de Reinoso de
Cerrato, “Parados en
movimiento” que Miguel
supo sacar a dar vueltas
en la plaza de la ciudad
del Pisuerga: “lunes al
sol” proclamando. Estaba
también la AAR, que a su
tiempo entonó un himno, y el grupo de
voluntarios que en otro
tiempo luchaba por el bien
de tanto humano. Capitaneaba
Sandra que hoy sigue
cambiando el mundo a través de
una “Candela”. ¿Qué decir de
Maripé, de Pili, de
Chus y Charo por sus
compas tan queridas? Valgan veinticinco
años, recordando
hazañas ciertas. En el fondo
de los fondos brillaba una
verde luz. No se veían
sus rostros, pero sonaba
su voz. Eran mis
queridos padres, y mis
hermanos que, ocultos, daban
resonancia al acto y tono a
Marina, nieta, que sabía
traducir el
transcurrir de su abuelo en imágenes
de ensueño. El “hombre”
se fue a su casa, custodiado
por su hija, Henar, su
gran esperanza, que llevaba
un poema en brazos. Al “hombre”
le perseguían mil campanas
de un gran día que repicaban
recuerdos. Una de ellas
tañía: gracias por tantos abrazos.
MRR. Reinoso de
Cerrato, 26 – I – 25. |
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