Adiós,
Sra. Petra.
Le digo Señora y la llamo de
Vd. Cuando yo la conocí en Reinoso y durante todo el tiempo que allí la vi, la
llamaba Sra. Petra y la trataba de Vd. También nos solíamos dirigir a Vd. como
a la Tejera o la mujer del Sr. David.
Hoy nos damos cuenta de que
Vd. vale por sí misma y de que es más la persona que la profesión. Por eso, me
va a permitir dirigirme a Vd. con un
trato de tuteo, como si me dirigiera al desnudo de ser humano y para ser consecuente con el momento, el de su muerte
que a todos iguala, cuando las cosas aparecen más al natural y la verdad
resplandece más descarnadamente.
Así pues, Petra desde ahora
y a lo largo de estas líneas.
Petra, puesto que de ti
sabemos bastante en el pueblo y porque en otra circunstancia – en el escrito que dirigí a los mayores en su día y que se puede leer en esta página web de
Reinoso - he contado varias anécdotas tuyas, hoy no voy a hablar de ti para que
quienes te lean sepan cosas de tu vida. Más bien, la historia va a ser al
revés. Te voy a contar a ti, lo que hicimos en tu despedida. Para que tu
conozcas lo que el pueblo de Reinoso y el tuyo propio, Antigüedad, hicieron por
y para ti el día 29 de abril de 2013.
1.
FUE UN ADIÓS.
Un adiós que lo empezaste
tú, en el hospital donde agonizaste sosegadamente. Se reunieron todos tus
hijos. Tu los viste. Con el sentido común que poseías dedujiste que cuando
todos vienen de lejos y a la vez, la visita no se produce por un casual.
Intuiste, casi palpaste, que tu final estaba cerca. Y lo asumiste con
naturalidad. De tal manera que tu iniciaste la marcha. Dijiste que te ibas y
que te ibas contenta por ver a todos rodeándote y cercanos unos a otros, es
decir, rodeándose a si mismos en un círculo familiar, de grupo, de tribu
enraizada en las carnes de tu cuerpo original, causante en definitiva de esa
entrañable escena, cargada de una profunda sublimidad y a ras de tierra. Era tu
hora, la hora de pronunciar tu último adiós familiar. Te acordaste de los dos
“Davides”, apretaste la mano a todos según iban llegando de sus lugares de
residencia, y en las manos de tu “Ángel”, entregaste tu espíritu a la Tierra
que te dio el ser que ahora abandonabas. Tu, como cristiana que siempre has
sido, identificaste a la Tierra con Dios y también en esas manos divinas exhalaste tu última respiración. Adiós para
siempre, pronunciaste, sin que nadie te oyera.
Fue entonces, cuando los dos
pueblos de Reinoso y de Antigüedad empezaron a preparar tu despedida. Han
querido responder a tu adiós.
Por un instante pasó por sus
cabezas tu recuerdo de 94 años. Tenía seis hijos. Estaba casada con David, el
Tejero. Otro David murió, clavando una espada de dolor en tu corazón, dijeron
algunos. Ejerció de comadrona en tiempos de urgencia y de necesidad. Era buena
conversadora, andariega, trabajadora, consciente de sus principios éticos que
no ocultaba. Incluso rígida en su moral, alegaron otros. Pero atemperaba esa
rigidez con la suavidad del amor, apuntalaron unos terceros que sabían tus
preferencias: la prioridad de la amistad, de la convivencia entre el pueblo, de
la concordia entre todos, de la justicia humana entre las clases sociales.
Consejera o asesora en las discordias, participativa en los eventos populares,
decidida y valiente, defensora de la verdad, en la que ella creía, ante tirios
y troyanos, fueran plebeyos o nobles, clérigos o seglares. Transparente y
enérgica, pero amable por encima de todo, añade la gente.
2.
QUIÉNES ESTÁBAMOS EN EL ADIÓS.
Tu féretro penetró en el
templo, trasportado por los oficiales de la funeraria. Te colocaron encima de
unas andas rodadas y presidiste la sala durante la ceremonia religiosa.
Cinco sacerdotes oficiaron
el funeral: D. Jesús, Superior General de la Congregación “Hijos de la Sagrada
Familia”; D. Marcelino, Director del Colegio Manyanet; D. José María, Capellán
del Hospital “Río Carrión” de Palencia; D. Julián, el último de tus párrocos en
Reinoso y en el centro de todos ellos, tu hijo Ángel que presidió la ceremonia.
Tus hijos cerca de tu ataúd,
custodiando de cerca tu cuerpo, casi sintiendo el calor de tus manos en la
cercana despedida hospitalaria, casi oyendo tu último suspiro:
Cruz con Toñi; Juli con
Pedro; Asun con César; Miguel con Bego; Ana sin David; Ángel en el altar miraba
a todos y, sobre todo, a ti.
Cerca, también muy cerca, estaban
tus nietos: Rocío con Grisel por parte de Cruz con Toñi; Álvaro y Daniel por
parte de Miguel con Bego; Elena y Juan por parte de David con Ana.
En la única nave central de
la iglesia de la Asunción estaba el pueblo: Reinoso y Antigüedad. Se mascaba el
silencio. Era sólida la emoción, atentos los oídos a las palabras que resonaban
más que las de cualquier domingo. Bancos
repletos. La mayoría, de pie, sobre sí mismos,
desmenuzando recuerdos, tejiendo los pensamientos y las emociones que
pasaban por sus cabezas y por sus corazones: dolor, sollozos, mejillas rojas,
ojos lacrimosos, serenidad impuesta por la potencia del declive vital,
resignación forzosa y aceptada, gozo contenido, explosión encadenada, futuro esperanzado, duda reprimida, fe despertada, incipientes propósitos de
imitación, anécdotas resucitadas… Todo un mundo de diversidades en un aguerrido
grupo humano, confuso por el llanto, unido por la amistad, abierto al infinito
y encerrado en la pequeñez del ser.
3. QUÉ TE DIJIMOS.
Principalmente lo que
encerraban los cantos, aunque precedieron unas palabras de Ángel, dando las
gracias a todos los presentes y muy especialmente a sus hermanas por haberte
cuidado en tu vejez. ¡Cómo resonó este gesto, Petra, en la intimidad femenina
de las asistentes! ¡Cuidar a una madre! Se encendieron los tambores y estalló
un grito de satisfacción inmaculado y tácito. Apenas se oyó, pero invadió al
humano corazón, inundándole de serenidad y de reconfortante gozo. Casi mereció
la pena llegar al día de la muerte para dar vida a la muerte de los días.
Esta alegre tristeza,
envuelta en recuerdos reconocidos por el agradecimiento, se resumió en el
primer canto, psalmo 129, que hablaba
del alma que espera en el Señor, porque en Él está la salvación. Como si
dijéramos a modo humano: el hombre y la mujer con sus cuidados en favor de
todos los humanos esperan una humanidad salvada de injusticias y de dolores
curables, capaz de engendrar la armonía ciudadana, la pequeña salvación que
podrían proporcionar nuestras buenas obras.
La gente que apenas
tarareaba estas letras, siguió escuchando una segunda canción. Esta vez era el
psalmo “De profundis”. Desde lo más profundo del alma gritamos que alguien
escuchara nuestra voz, que no tuviera en cuenta nuestras malas andanzas, que te
perdonara a ti y juntamente contigo perdonara los errores de una economía
egoísta o de una política equivocada, benefactora de pocos y olvidadiza de
tantos parados en este suelo español.
El párroco D. Julián te
dedicó unas palabras sencillas, pro muy cariñosas y señeras: dijo que tu vida
no terminaba, que se transformaba. La mayoría del pueblo seguro que
entendió una referencia a la
transcendencia y a la inmortalidad del alma. Tal vez a alguien le sugirió eso de
que la materia nunca se destruye, sino que
se transforma en algo distinto, gracias a la fuerza evolutiva de la
energía en que se resuelve, a veces, la materia tan desdeñada por la pura razón
idealista.
Lo cierto es, Petra, que
unos y otros, evolucionistas y creacionistas hubieran podido estar juntos en un
mismo espacio que la cultura ha construido en los pueblos, y todos te
deseábamos en ese momento la larga vida de un eterno descanso en aras de tus
propias creencias, sean las que hayan sido.
La misa iba terminando y
llegó el momento de la paz. Mano con mano. Ojo con ojo. Pecho con pecho. Todos
nos fundimos en un abrazo y en medio de tantos besos, aparecía tu figura
recordada por tu oficio de comadrona improvisada o de pacificadora de
desencuentros vecinales.
Cantamos otra canción muy
apropiada para este atardecer de tu existencia. Cuando la historia sólo
examinará del amor. Entendimos y te dijimos desde nuestro sincero deseo que
tenías más que aprobado en esta
imprescindible área temática.
Salimos de la iglesia que tú
has frecuentado tantas veces y que tan bien conoces, con tu cuerpo inerte, pero
con tu rostro aún presente en nuestra memoria y te condujimos al cementerio.
Vimos muchos coches en el camino, aparcados en lugares prohibidos, insólitos en
los días laborables, en los que habían acudido a tu entierro muchas personas de
distintas procedencias. Hablamos durante el trayecto, se humedecieron varios
rostros al contacto con el cuerpo de tus hijos a quienes dábamos el pésame.
Entre tantas palabras, resaltaba una idea bien clara y contundente: Petra fue
una buena persona, querida y respetada por todos. Y ya sabes, cuando el río
suena, es que el agua que lleva alegra a quienes la beben. Tu nos has alegrado
con tu vida, has contribuido a generar un pueblo mejor. Gracias por tus
esfuerzos y por tu ejemplo. Estas razones serán los pilares sobre los que se
cimente tu permanente presencia entre nosotros. El Domingo de Ramos
levantaremos el ramo bien alto y te lo colgaremos en la ventana de tu casa,
recordando a tu mano que lo depositaba
en la puerta de tus vecinos.
Finalmente, Petra, imitando
al cantante Nino Bravo, todo el pueblo te manda aquellos versos que tu, seguro,
también cantaste cerca de la cuesta de Santa Lucía:
Al partir un beso y una flor.
Un te quiero, una caricia y un adiós.
Es ligero equipaje para tan largo viaje.
Es el mejor regalo que te podemos hacer.
Martín Rodríguez Rojo.
Reinoso de Cerrato, 29 de
abril de 2013.
Nota:
Podéis ver el artículo que realizó Marian, en homenaje a Petra y David referente
a la profesión de tejero en el blog de Reinoso, pestaña CRONICAS – Fabrica deTejas-
Realmente emotivo y estremecedor el escrito. Yo conocia a la Señora Petra desde que tengo uso de razón y siempre la recordaré con mucho cariño y gran admiración porque era una BUENA PERSONA.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo para todos sus hijos y , en especial, para Juli y Pedro, con quienes tengo más contacto en mis veranos reinoseros.
Un beso desde Bilbao para toda la familia de la Señora Petra y todos los reinoseros.
Raquel