jueves, 2 de mayo de 2013

Adiós, Sr. Petra




Adiós, Sra. Petra.


Le digo Señora y la llamo de Vd. Cuando yo la conocí en Reinoso y durante todo el tiempo que allí la vi, la llamaba Sra. Petra y la trataba de Vd. También nos solíamos dirigir a Vd. como a la Tejera o la mujer del Sr. David.
Hoy nos damos cuenta de que Vd. vale por sí misma y de que es más la persona que la profesión. Por eso, me va a permitir dirigirme  a Vd. con un trato de tuteo, como si me dirigiera al desnudo de ser humano y para ser  consecuente con el momento, el de su muerte que a todos iguala, cuando las cosas aparecen más al natural y la verdad resplandece más descarnadamente. 
Así pues, Petra desde ahora y a lo largo de estas líneas.
Petra, puesto que de ti sabemos bastante en el pueblo y porque en otra circunstancia – en el escrito que dirigí a los mayores en su día y que se puede leer en esta página web de Reinoso - he contado varias anécdotas tuyas, hoy no voy a hablar de ti para que quienes te lean sepan cosas de tu vida. Más bien, la historia va a ser al revés. Te voy a contar a ti, lo que hicimos en tu despedida. Para que tu conozcas lo que el pueblo de Reinoso y el tuyo propio, Antigüedad, hicieron por y para ti el día 29 de abril de 2013.


1. FUE UN ADIÓS.
Un adiós que lo empezaste tú, en el hospital donde agonizaste sosegadamente. Se reunieron todos tus hijos. Tu los viste. Con el sentido común que poseías dedujiste que cuando todos vienen de lejos y a la vez, la visita no se produce por un casual. Intuiste, casi palpaste, que tu final estaba cerca. Y lo asumiste con naturalidad. De tal manera que tu iniciaste la marcha. Dijiste que te ibas y que te ibas contenta por ver a todos rodeándote y cercanos unos a otros, es decir, rodeándose a si mismos en un círculo familiar, de grupo, de tribu enraizada en las carnes de tu cuerpo original, causante en definitiva de esa entrañable escena, cargada de una profunda sublimidad y a ras de tierra. Era tu hora, la hora de pronunciar tu último adiós familiar. Te acordaste de los dos “Davides”, apretaste la mano a todos según iban llegando de sus lugares de residencia, y en las manos de tu “Ángel”, entregaste tu espíritu a la Tierra que te dio el ser que ahora abandonabas. Tu, como cristiana que siempre has sido, identificaste a la Tierra con Dios y también en esas manos divinas  exhalaste tu última respiración. Adiós para siempre, pronunciaste, sin que nadie te oyera.
Fue entonces, cuando los dos pueblos de Reinoso y de Antigüedad empezaron a preparar tu despedida. Han querido responder a tu adiós.
Por un instante pasó por sus cabezas tu recuerdo de 94 años. Tenía seis hijos. Estaba casada con David, el Tejero. Otro David murió, clavando una espada de dolor en tu corazón, dijeron algunos. Ejerció de comadrona en tiempos de urgencia y de necesidad. Era buena conversadora, andariega, trabajadora, consciente de sus principios éticos que no ocultaba. Incluso rígida en su moral, alegaron otros. Pero atemperaba esa rigidez con la suavidad del amor, apuntalaron unos terceros que sabían tus preferencias: la prioridad de la amistad, de la convivencia entre el pueblo, de la concordia entre todos, de la justicia humana entre las clases sociales. Consejera o asesora en las discordias, participativa en los eventos populares, decidida y valiente, defensora de la verdad, en la que ella creía, ante tirios y troyanos, fueran plebeyos o nobles, clérigos o seglares. Transparente y enérgica, pero amable por encima de todo, añade la gente.


2. QUIÉNES ESTÁBAMOS EN EL ADIÓS.
Tu féretro penetró en el templo, trasportado por los oficiales de la funeraria. Te colocaron encima de unas andas rodadas y presidiste la sala durante la ceremonia religiosa.
Cinco sacerdotes oficiaron el funeral: D. Jesús, Superior General de la Congregación “Hijos de la Sagrada Familia”; D. Marcelino, Director del Colegio Manyanet; D. José María, Capellán del Hospital “Río Carrión” de Palencia; D. Julián, el último de tus párrocos en Reinoso y en el centro de todos ellos, tu hijo Ángel que presidió la ceremonia.
Tus hijos cerca de tu ataúd, custodiando de cerca tu cuerpo, casi sintiendo el calor de tus manos en la cercana despedida hospitalaria, casi oyendo tu último suspiro:
Cruz con Toñi; Juli con Pedro; Asun con César; Miguel con Bego; Ana sin David; Ángel en el altar miraba a todos y, sobre todo, a ti.
Cerca, también muy cerca, estaban tus nietos: Rocío con Grisel por parte de Cruz con Toñi; Álvaro y Daniel por parte de Miguel con Bego; Elena y Juan por parte de David con Ana.
En la única nave central de la iglesia de la Asunción estaba el pueblo: Reinoso y Antigüedad. Se mascaba el silencio. Era sólida la emoción, atentos los oídos a las palabras que resonaban más  que las de cualquier domingo. Bancos repletos. La mayoría, de pie, sobre sí mismos,  desmenuzando recuerdos, tejiendo los pensamientos y las emociones que pasaban por sus cabezas y por sus corazones: dolor, sollozos, mejillas rojas, ojos lacrimosos, serenidad impuesta por la potencia del declive vital, resignación forzosa y aceptada, gozo contenido, explosión encadenada,  futuro esperanzado, duda reprimida,  fe despertada, incipientes propósitos de imitación, anécdotas resucitadas… Todo un mundo de diversidades en un aguerrido grupo humano, confuso por el llanto, unido por la amistad, abierto al infinito y encerrado en la pequeñez del ser.


 3. QUÉ TE DIJIMOS.
Principalmente lo que encerraban los cantos, aunque precedieron unas palabras de Ángel, dando las gracias a todos los presentes y muy especialmente a sus hermanas por haberte cuidado en tu vejez. ¡Cómo resonó este gesto, Petra, en la intimidad femenina de las asistentes! ¡Cuidar a una madre! Se encendieron los tambores y estalló un grito de satisfacción inmaculado y tácito. Apenas se oyó, pero invadió al humano corazón, inundándole de serenidad y de reconfortante gozo. Casi mereció la pena llegar al día de la muerte para dar vida a la muerte de los días.
Esta alegre tristeza, envuelta en recuerdos reconocidos por el agradecimiento, se resumió en el primer canto, psalmo 129,  que hablaba del alma que espera en el Señor, porque en Él está la salvación. Como si dijéramos a modo humano: el hombre y la mujer con sus cuidados en favor de todos los humanos esperan una humanidad salvada de injusticias y de dolores curables, capaz de engendrar la armonía ciudadana, la pequeña salvación que podrían proporcionar nuestras buenas obras.
La gente que apenas tarareaba estas letras, siguió escuchando una segunda canción. Esta vez era el psalmo “De profundis”. Desde lo más profundo del alma gritamos que alguien escuchara nuestra voz, que no tuviera en cuenta nuestras malas andanzas, que te perdonara a ti y juntamente contigo perdonara los errores de una economía egoísta o de una política equivocada, benefactora de pocos y olvidadiza de tantos parados en este suelo español.
El párroco D. Julián te dedicó unas palabras sencillas, pro muy cariñosas y señeras: dijo que tu vida no terminaba, que se transformaba. La mayoría del pueblo seguro que entendió  una referencia a la transcendencia y a la inmortalidad del alma. Tal vez a alguien le sugirió eso de que la materia nunca se destruye, sino que  se transforma en algo distinto, gracias a la fuerza evolutiva de la energía en que se resuelve, a veces, la materia tan desdeñada por la pura razón idealista.
Lo cierto es, Petra, que unos y otros, evolucionistas y creacionistas hubieran podido estar juntos en un mismo espacio que la cultura ha construido en los pueblos, y todos te deseábamos en ese momento la larga vida de un eterno descanso en aras de tus propias creencias, sean las que hayan sido.
La misa iba terminando y llegó el momento de la paz. Mano con mano. Ojo con ojo. Pecho con pecho. Todos nos fundimos en un abrazo y en medio de tantos besos, aparecía tu figura recordada por tu oficio de comadrona improvisada o de pacificadora de desencuentros vecinales.
Cantamos otra canción muy apropiada para este atardecer de tu existencia. Cuando la historia sólo examinará del amor. Entendimos y te dijimos desde nuestro sincero deseo que tenías más que aprobado en esta  imprescindible área temática.
Salimos de la iglesia que tú has frecuentado tantas veces y que tan bien conoces, con tu cuerpo inerte, pero con tu rostro aún presente en nuestra memoria y te condujimos al cementerio. Vimos muchos coches en el camino, aparcados en lugares prohibidos, insólitos en los días laborables, en los que habían acudido a tu entierro muchas personas de distintas procedencias. Hablamos durante el trayecto, se humedecieron varios rostros al contacto con el cuerpo de tus hijos a quienes dábamos el pésame. Entre tantas palabras, resaltaba una idea bien clara y contundente: Petra fue una buena persona, querida y respetada por todos. Y ya sabes, cuando el río suena, es que el agua que lleva alegra a quienes la beben. Tu nos has alegrado con tu vida, has contribuido a generar un pueblo mejor. Gracias por tus esfuerzos y por tu ejemplo. Estas razones serán los pilares sobre los que se cimente tu permanente presencia entre nosotros. El Domingo de Ramos levantaremos el ramo bien alto y te lo colgaremos en la ventana de tu casa, recordando a tu  mano que lo depositaba en la puerta de tus vecinos.

Finalmente, Petra, imitando al cantante Nino Bravo, todo el pueblo te manda aquellos versos que tu, seguro, también cantaste cerca de la cuesta de Santa Lucía:


Al partir un beso y una flor.
Un te quiero, una caricia y un adiós.
Es ligero equipaje para tan largo viaje.
Es el mejor regalo que te podemos hacer.


Martín Rodríguez Rojo.
Reinoso de Cerrato, 29 de abril de 2013.

Nota: Podéis ver el artículo que realizó Marian, en homenaje a Petra y David referente a la profesión de tejero en el blog de Reinoso, pestaña CRONICAS – Fabrica deTejas-



1 comentario:

  1. Realmente emotivo y estremecedor el escrito. Yo conocia a la Señora Petra desde que tengo uso de razón y siempre la recordaré con mucho cariño y gran admiración porque era una BUENA PERSONA.
    Un fuerte abrazo para todos sus hijos y , en especial, para Juli y Pedro, con quienes tengo más contacto en mis veranos reinoseros.
    Un beso desde Bilbao para toda la familia de la Señora Petra y todos los reinoseros.
    Raquel

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