Unas fiestas tan largas, en las que se acumulan las antiquísimas fiestas de celebración del solsticio de invierno (con una antigüedad de decenas de milenios); las mucho más modernas fiestas de fin de año (cuentan con muy pocos milenios de antigüedad); la aún más moderna fiesta conmemorativa del Nacimiento de Jesús, la piedra angular del cristianismo; la fiesta de las bromas, la de los Inocentes, el día de las inicentadas; la gran fiesta de los regalos, focalizada en los Reyes Magos. Son muchas fiestas en una, que necesitan una larga preparación.
Y es la fiesta de Santa Lucía el día en que se inician con toda formalidad y solemnidad los preparativos de la Navidad, cuando se inauguraban los puestos de venta de figuras y adornos para hacer el belén, musgo para representar el verdor de los prados, el típico acebo, el muérdago, las casas y poblados, y todo lo que podía añadir la imaginación y el ingenio.
Pero la Navidad no es sólo un recreo para la vista, sino también para el oído. Y justo los que carecían del sentido de la vista, los ciegos, cuya patrona es Santa Lucía, justo esos eran los grandes protagonistas del recreo que representa la Navidad para el oído. Era el gran momento de los ciegos. Para ellos tenía reservada la Navidad un lugar de honor y privilegio. Las cuadrillas de chicos y chicas que iban por las casa cantando villancicos y pidiendo el aguinaldo, eran de ciegos.
Las sociedades de ciegos solían admitir entre ellos a los que sin ser ciegos, sufrían malformaciones y deficiencias de cualquier género. Era la primera institucionalización espontánea del amor navideño, del que hoy se llama "espíritu de la Navidad". Los ciegos y todos los que sufrían cualquier otra deficiencia física o psíquica tenían un sitio de honor en la Navidad: formaban parte esencial y dignísima de su alegría, de su fiesta, de su generosidad.
No salían estos grupos de impedidos a mover la pena y la piedad de las gentes, sino a darles alegría, a recrearles con esa nota de color tan consustancial de la Navidad como los villancicos. No había radio ni televisión, pero gracias a ellos el alegre son de los villancicos llenaba el ambiente, llenaba la Navidad.
Y tanto se esmeraban los ciegos y los demás impedidos agrupados a ellos, que en los numerosos villancicos compuestos para ser representados además de cantados, conseguían dignísimas representaciones. Ni que decir tiene que la condición de privilegio que en la celebración de la Navidad tenían en los pueblos los pastores, pasó en las ciudades a los ciegos. Igual que aquéllos, éstos tenían absoluta prioridad en el ritual de la Adoración de los Pastores y detrás de ellos de los demás fieles en la Misa del Gallo, que era una auténtica representación, un verdadero auto sacramental, del que formaban parte los villancicos. Pues ahí estaban los ciegos, los tullidos, los contrahechos, los deficientes. Eran los grandes privilegiados en ese gran rito de ser los primeros en adorar al Redentor, al Salvador recién nacido. Para ellos era realmente grande la gran noticia que anunciaba el Ángel: Os anuncio una gran alegría: os ha nacido un Redentor. Ellos ocupaban el lugar de los pastores en la ciudad. Ellos eran los primeros en el gran Evangelio (en la Buena Nueva) de la Redención. Esa era la gran Navidad.
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