Un saludo
ADIOS A TEO.
Teodosio Martínez Gil nació en Hontoria de Cerrato. Al año de su nacimiento
sus padres vinieron a vivir a Reinoso. Con la edad, pues, de un año de vida
entró Teo a formar parte de nuestro pueblo. Sus padres eran pastores. Él
prefirió la agricultura. Trabajó en la Finca de Barrio donde, una vez casado
con Paula, también vivió. Su veteranía y honradez le ganaron terminar siendo el
encargado de la finca. Bajo su control y dirección se organizaban las labores
agrícolas. Cuando cumplió 46 años de edad, aproximadamente, bajó a
residir desde esa finca a Reinoso. Aunque habitara en el pueblo continuó
trabajando en la finca hasta su jubilación. Se ubicó en la calle de S. Isidro y
allí, el 14 de marzo de 2017 le alcanzó
la muerte a los 94 años.
Le recuerdo con respeto y con agradecimiento. Porque él fue quien me mostró
la tierra donde, según la documentación histórica , se asentó el Convento de
las Madres Clarisas, actualmente situado en Palencia capital. “Este es el lugar
donde estuvo el convento. Y también debió de haber un cementerio, porque yo, me
decía, he destapado con la reja del arado varias lápidas sepulcrales. Allá abajo el río Pisuerga”.
En otro momento, cuando yo buscaba anécdotas y episodios de la historia del
pueblo, me enseñó dónde estaba la pililla. Una piedra cóncava donde se
depositaba el agua cuando llovía y que dio nombre al término de La Pililla.
Teo, así llamado amicalmente por sus vecinos, era un agricultor con oficio.
Hacía las cosas bien y con seriedad. En
varios concursos de arada, por aquel entonces frecuentes en los pueblos bajo el
régimen de Franco, se clasificó el primero. Sus surcos fueron los de mejor
trazada. Los más rectos. Y el par de mulas que los marcó fue conducido con mano
diestra y amable. Las asociaciones animalistas de hoy, si le hubieran conocido, seguro que también le
hubieran dado una mención por su buen trato a los animales.
Le recuerdo sentado en una piedra, ya en los últimos años de su existencia.
Un asiento cercano a su casa y a orilla de la carretera. Levantaba su cachaba
respondiendo a mi saludo desde el coche cuando pasaba delante de él. Siempre
amable, siempre cortés, siempre servicial como cuando había que abrir la puerta
de la iglesia al cura párroco o tocar las campanas que anunciaban el comienzo
de la misa. O cuando había que poner en
hora el reloj de la villa.
Teo, que descanses en paz. Me dijiste alguna vez que te dolían las piernas
al andar. A nosotros nos duele tu ausencia. Pero, también nos conforta tu
ejemplo. Te recordaremos como el hombre honrado que fuiste, una persona fiel a
la amistad y a la palabra dada. Te damos las gracias por ser como fuiste.
Seguro que tus hijos y familia encontrarán en la historia de tu existencia
muchos más datos que corroborarán mi impresión. Estos buenos recuerdos
aliviarán su dolor.
Martín Rodríguez Rojo
Reinoso de Cerrato, 9 de abril de 2017.
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